Por medio de este don, El Espíritu Santo nos ilumina la conciencia ante las diversas circunstancias de la vida diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad sobrehumana lo que es la voluntad de Dios
El don de consejo
Cuando hablamos del don de consejo, casi siempre, si no se tiene el conocimiento básico del mismo, nos referimos a él como aquella capacidad que Dios nos da para «poder aconsejar» a otras personas. Sin embargo, debemos recordar que los siete dones nos han sido dados a cada uno, desde el momento de nuestro bautismo, para nuestro provecho personal en orden a la salvación.
Los siete dones nos sirven para santificarnos y conseguir nuestra salvación. Son para que los usemos para nuestro beneficio, no para el de los demás. Aunque del buen uso que de ellos hagamos surgirá en nosotros una actitud diferente y una mejor disposición de ayuda al prójimo, para servir a los demás el Espíritu Santo nos da sus carismas, que esos sí, no son para provecho personal, sino para ponerlos al servicio de los demás. Sin embargo, el don de consejo viene en auxilio de todos aquellos que tienen algún tipo de gobierno sobre una comunidad religiosa, incluso de los padres de familia para poder orientar bien a los que están bajo su responsabilidad. Así, el director espiritual debe pedir el don de consejo para no decir a las almas cosa alguna antes de haber consultado al Espíritu Santo.
1. Definición
Veamos si nos podemos acercar a una definición de este don. Adolphe Tanquerey, en el libro Teología Ascética y Mística, lo define así: «El don de consejo hace perfecta la virtud de la prudencia dándonos a entender pronta y seguramente, por una especie de intuición sobrenatural, lo que conviene hacer, especialmente en los casos difíciles.»
Fr. AntonioRoyo Marín, en Teología de la Perfección Cristiana Tomo 2, nos da la siguiente definición: «El don de consejo es un hábito sobrenatural por el cual el alma en gracia, bajo la inspiración del Espíritu Santo, juzga rectamente, en los casos particulares, lo que conviene hacer en orden al fin último sobrenatural»
Efectivamente, el don de consejo viene en nuestro auxilio para ayudarnos a elegir y hacer lo que conviene para nuestro bien y el de nuestra salvación, sobre todo en aquellos momentos en los que se nos hace difícil tomar la decisión correcta en el menor tiempo posible. El Espíritu Santo nos ilumina la conciencia ante las diversas circunstancias de la vida diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad sobrehumana lo que es la voluntad de Dios. Nos sugiere lo que es lícito y conviene al alma.
Este don enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes como la elección de su cónyuge o la vocación misma al sacerdocio o vida consagrada. Actúa como un soplo en la conciencia sugiriéndole lo que le conviene y es bueno a los ojos de Dios. Viene en nuestro auxilio para ver lo mejor, qué es lo que hay que hacer ante las situaciones que se nos presentan a diario, muchas veces complicadas para tomar la mejor decisión.
2. Necesidad del don de Consejo
Es indispensable la intervención del don de consejo para perfeccionar la virtud de la prudencia, sobre todo en ciertos casos repentinos, imprevistos y difíciles de resolver, que requieren, sin embargo, una solución ultrarrápida, puesto que el pecado o el heroísmo es cuestión de un instante. Estos casos no pueden resolverse con el trabajo lento y laborioso de la virtud de la prudencia, se requiere la intervención del don de consejo, que nos dará la solución instantánea, inmediata. Una luz, un chispazo y la mejor solución o decisión surge, producto de la acción del Espíritu Santo por el don de consejo. Hay casos en los que hay que combinar la sencillez de la serpiente con la prudencia de la paloma; hay casos en los que tenemos que ser suaves, pero no flojos; guardar un secreto, pero no faltar a la verdad, y ahí es donde la sola virtud de la prudencia muchas veces se queda corta y se requiere la intervención del don de consejo, que nos saque de apuros de inmediato, sin titubeos, como en el caso del juicio de Salomón o la respuesta de Jesús para confundir a quienes le preguntaron si había que pagar el impuesto al César.
3. Efectos
a. Nos preserva del peligro de una falsa conciencia. Cuando se tienen ciertos conocimientos, corremos el riesgo de querer adaptar los principios morales y religiosos a nuestra conveniencia. Es más, hay personas que buscan un «consejo» de un guía espiritual, pero, en realidad, lo que andan buscando es alguien que les apruebe lo que ya tienen pensado hacer en ciertas situaciones sobre las que buscan ayuda. Y cuando consultan a un sacerdote y éste les da una respuesta diferente a la que buscan, entonces van a un segundo o un tercero, hasta encontrar a alguien que les diga lo que esperan escuchar, como para justificar o tranquilizar falsamente su conciencia.
Al ignorante le es más difícil, pero el técnico y entendido encuentra fácilmente un «título colorado» para justificar lo injustificable. Con razón decía San Agustín que «lo que queremos, es bueno; y lo que nos gusta, santo». Sólo la intervención del don de consejo, que, superando las luces de la razón natural, entenebrecida por el capricho o la pasión, dicta lo que hay que hacer con una seguridad y fuerza inapelables, puede preservarnos de este gravísimo error de confundir la luz con las tinieblas
b. Nos resuelve, con infalible seguridad y acierto, multitud de situaciones difíciles e imprevistas. Podríamos encontrarnos ante situaciones que requieren una decisión inmediata, pero tan difíciles que requieren horas de estudio para acertar en una resolución adecuada, sin embargo, la respuesta debe ser inmediata, porque, por ejemplo, de una resolución acertada o equivocada podría depender la salvación de un alma, como en el caso de un sacerdote administrado los últimos sacramentos a un moribundo. En estos casos, las almas en gracia y dóciles a la acción del Espíritu Santo, reciben de pronto la inspiración del don de consejo, que las resuelve en el acto aquella situación delicadísima con una seguridad y firmeza verdaderamente admirables. es el caso del Santo cura de Ars, quien con escasos conocimientos teológicos, podía resolver en el confesionario casos difíciles de moral, que dejaban sorprendidos a los teólogos más eminentes.
4. Medios para fomentar este don
Para que el Don de Consejo actúe en nuestras almas, además de los medios generales comunes a todos los dones (recogimiento, vida de oración, fidelidad a la gracia, etc.), disponemos de los siguientes medios:
a. Profunda humildad para reconocer nuestra ignorancia y demandar las luces de lo alto. Si somos soberbios y creemos en nuestra autosuficiencia, difícilmente vamos a dejar que el don de consejo actúe, por eso debemos ejercitarnos en la humildad y reconocer que necesitamos una luz de lo alto durante todos los días. Dicho esto, el Don de Consejo lo podemos fomentar invocando al Espíritu Santo por la mañana al levantarnos para pedirle su dirección y consejo a todo lo largo del día; al comienzo de cada acción, con un movimiento sencillo y breve del corazón, que será, a la vez, un acto de amor; en los momentos difíciles o peligrosos, en los que, más que nunca, necesitamos las luces del cielo; antes de tomar una determinación importante o emitir algún juicio orientador para los demás, etc., etc.
b. Acostumbrarnos a proceder siempre con reflexión y sin apresuramiento. Nuestra sola capacidad humana resultará muchas veces insuficiente para obrar con prudencia; pero si hacemos lo que podemos, Dios no nos negará su gracia. Cuando sea necesario actuará el don de consejo para suplir nuestra ignorancia e impotencia; pero no debemos tentar a Dios esperando por medios divinos lo que podemos hacer por los medios puestos a nuestro alcance con ayuda de la gracia ordinaria. Como reza el dicho «A Dios rogando y con el mazo dando», debemos fomentar este don ejercitando nuestras facultades humanas para tomar decisiones, reflexionando sin apresurarnos, el resto lo hará el Espíritu Santo si permanecemos en sintonía con él.
c. Atender en silencio al maestro interior. Dios suele hablar en la soledad al corazón (Os. 2,14). Para escucharlo debemos hacer el vacío en nuestro espíritu y acallar por completo los ruidos del mundo. Como María de Betania debemos sosegarnos a los pies de Jesús (cf. Le. 10,39), desechando toda distracción y perturbación que nos ofrece el bullicio del mundo.
d. Extremar nuestra docilidad y obediencia a los que Dios ha puesto en su Iglesia para gobernarnos. Sobre esto nos enseñan mucho los santos con su ejemplo. Santa Teresa obedecía a sus confesores con preferencia al mismo Señor, y éste alabó su conducta. Un alma dócil y humilde está en una gran ventaja para poder recibir la luz del Espíritu Santo. Eso no será posible si en nosotros prevalece el espíritu de autosuficiencia y de insubordinación a los legítimos representantes de Dios en la tierra.
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Fuentes: Royo Marín, Fr. Antonio,Teología de la Perfección Cristiana Tomo 2, BAC, Madrid, 1962; Tanquerey Adolphe, Teología Ascética y Mística, II Edición, Ediciones Palabra, Madrid; Schmaus, Michael, Teología Dogmática V La Gracia Divina; Catecismo de la Iglesia Católica