miércoles, febrero 12, 2025
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Los Dones del Espíritu Santo

Los Dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.

Los Siete Dones del Espíritu Santo

Cuando hablamos de dones carismas, muchas veces nos confundimos, no sabemos establecer la diferencia entre ellos. Aquí, con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2 y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.

La tradición y la teología se refieren siempre a SIETE dones que recibimos todos en el momento del bautismo. Los carismas los estudiaremos en un capítulo aparte y estableceremos la diferencia entre dones y carismas. Por hoy, entiéndase, cuando hablamos de DONES, tratamos sobre los SIETE que todos hemos recibido ya en el bautismo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios

Definición

Intentando definir los siete dones del Espíritu Santo muchos teólogos lo han hecho de diferentes maneras. Pero la opinión de Santo Tomás es la más aceptada por la mayoría de lo teólogos. Santo Tomás dice que los dones del Espíritu Santo son hábitos que capacitan al hombre para seguir, rápida y fácilmente, las iluminaciones e inspiraciones divinas. Y en el catecismo de la Iglesia católica precisamente está plasmada esa definición:

La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.

Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia Católica 1830-1831).

«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).

Atendiendo a estas definiciones, cualquier lector podría preguntar qué sucede con aquellas personas que no han recibido estos dones por no ser bautizados. ¿Qué sucede con un no bautizado? ¿Será que un no bautizado no puede seguir las inspiraciones divinas? Michael Schmaus, en su Teología dogmática V tiene una aclaración muy interesante sobre esto:

Por su origen divino y por su carácter esencial condicionado por su origen, está el hombre siempre abierto a Dios (potentia obedientialis), pero puede oponer resistencia a la acción divina. Los dones del Espíritu Santo quebrantan esa resistencia a Dios fundada en el orgullo del hombre; causan tal afinidad con Dios y tal prontitud de corazón, que la acción de Dios deja de ser sentida como algo extraño y peligroso y empieza a sentirse como algo dichoso e íntimo, que la voluntad humana acepta con gusto y alegría. Los siete dones del Espíritu conceden una fina sensibilidad para lo divino, un fino oído para la voz de Dios y un sensible tacto para la mano divina que nos coge y quiere llevarnos.

¿Ven la importancia del bautismo? ¿Ven la ventaja de recibir estos dones y contar con ellos para nuestra perfección cristiana? No significa que sin tener los siete dones no podamos buscar a Dios o seguir sus inspiraciones; pero «¡cuán dichosos somos los que podemos contar con el auxilio del Espíritu Santo a través de sus siete dones!». Con el auxilio del Espíritu Santo y sus dones desaparece la resistencia humana y nos dejamos guiar con docilidad y facilidad por el Espíritu Santo.

Los dones que recibimos en el bautismo nos auxilian y disponen para seguir los impulsos del Espíritu Santo y actúan en nosotros cuando estamos en estado de gracia, sin pecado mortal. Pero éstos operan solo por la acción del mismo Espíritu Santo; el hombre por sí solo no puede ponerlos en acción, si no es porque el Espíritu Santo interviene. Lo único que podemos hacer es disponernos para la divina moción, que el Espíritu Santo opere, quitando los obstáculos, permaneciendo fiel a la gracia (sin pecado mortal), pidiendo humildemente en oración al Espíritu Santo para que sus dones operen en nosotros, etc. Y cuando los dones actúen, debemos dejarlos operar libremente. Sin la acción misma del Espíritu Santo, los dones permanecerían en estado ocioso en nosotros.

Dones y virtudes

Antes de comenzar a estudiar cada uno de los dones es necesario recordar que éstos vienen a perfeccionar las virtudes a las que están asociados. Cada don perfecciona en nosotros a una o más virtudes, por ejemplo, el de sabiduría perfecciona la virtud de la caridad. Esto sucede porque las virtudes por sí solas no nos pueden llevar a la perfección, dado que operan solo en el modo humano, tienen la limitante de nuestra capacidad humana. Requieren de un impulso divino para ser perfectas y ahí es donde los dones surgen como una intuición, un fogonazo, una luz divina que, prescindiendo de nuestra capacidad intelectual humana, soluciona todo al modo de Dios.

Las virtudes son como una forma de participar de la vida de Dios al modo humano. Los dones del Espíritu Santo son una participación de la vida de Cristo al modo divino. Monseñor José Ignacio Munilla pone un ejemplo gráfico para explicar esta diferencia: las virtudes son a los dones lo que los remos son a la vela. No es lo mismo mover una barca con remos que hacerlo con una vela; moverla remando que usando la fuerza del viento para que la vela impulse impetuosamente a la barca. Participar de la vida en Cristo al modo humano tiene muchas limitantes que se vencen con el auxilio de los dones. En las virtudes asiste la gracia, pero al modo humano. Actúa la gracia pero con la participación de las capacidades humanas. Por ejemplo la virtud de la fe requiere un esfuerzo humano, pero cuando Dios da el don de entendimiento, el Espíritu Santo sopla y se hace más sencillo creer. El hombre recibe prontamente la inspiración divina.

Aunque la causa eficiente, en cuanto hábitos, es Dios tanto para la virtud como para el don, las virtudes tienen como causa motora a la razón ilustrada por la fe, mientras que los dones actúan mediante la acción inmediata del  Espíritu Santo. Los dones nos hacen pensar, sentir y querer como Dios. Por eso, las virtudes las podemos usar cuando nosotros queramos (presupuesta la gracia actual, que a nadie se le niega); mientras que los dones solo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos.

Es un tanto complicado decir que se puede establecer la frontera entre el don y la virtud. Lo cierto es que el don es necesario para llevar a la perfección a la virtud.

Veamos ahora cada uno de los dones en relación con la virtud que perfeccionan, a ver si logramos comprender mejor esta diferencia. 

Los siete dones actúan solo por la intervención directa del Espíritu Santo. Esto hay que tomarlo bien en cuenta para cada uno de los dones.  Sin la ayuda del Espíritu Santo, los dones permanecerían ociosos, pues el hombre es incapaz de ponerlos en acción por sí solo. El hombre no puede hacer más que, con la ayuda de la gracia, disponerse a la acción del Espíritu Santo, quitando todo obstáculo (como el del pecado) y orando humildemente para pedir esa actuación santificadora.

Contenido

Para cada uno de los dones veremos: 

1. Definición
2. Necesidad del Don
3. Efectos
4. Medios para fomentar el Don

Cualquier consulta agradeceremos nos la hagan llegar llenando del formulario de contactos o mediante un comentario.

Comencemos: 1. Don de Sabiduría –  2. Don de Inteligencia (Entendimiento) – 3. Don de Consejo – 4. Don de Fortaleza – 5. Don de Ciencia – 6. Don de Piedad – 7. Don de Temor de Dios.


 Fuentes: Royo Marín, Fr. Antonio,Teología de la Perfección Cristiana Tomo 2, BAC, Madrid, 1962;  Tanquerey Adolphe, Teología Ascética y Mística, II Edición, Ediciones Palabra, Madrid; Schmaus, Michael, Teología Dogmática V La Gracia Divina; Catecismo de la Iglesia Católica

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