Homilías VIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
Comentando las Lecturas de Hoy…
(Pbro. Miguel Ángel Soto M.)
Isaías 49, 14-15; Salmo 61; I Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34
La providencia de Dios Padre
Como el domingo pasado, comencemos llevando las lecturas de hoy a la realidad extrema de nuestros tiempos para ver qué tan fácil o difícil resulta darle cumplimiento en nuestras vidas.
El hilo conductor de las lecturas que la Iglesia nos presenta hoy es la providencia de un Dios-Padre que no desampara a sus hijos. Jesús nos hará el llamado a no preocuparnos por la comida, el vestido ni por el futuro. Si eres de los afortunados que en el mundo gozan de “buena salud, dinero y amor”, con bastante seguridad tomarás al pie de la letra el llamado de Jesús y “despreocuparte” por esas tres cosas. Pero ¿Podemos pedirle que no se preocupe por la comida, el vestido ni por el mañana a un mendigo que duerme en la calle, no tiene familia y come cuando encuentra quién le dé, y si no, tiene que pasar días sin tragar un bocado y viste la misma ropa ya deshecha desde hace un mes? ¿Podemos acercarnos a una persona así y decirle simplemente: “no te preocupes, Dios es providente y Jesús dijo que no hay que agobiarse por esas cosas”?… con seguridad tendrías una respuesta desalentadora si te le acercas con esas exhortaciones.
Imagínate la reacción ante la Palabra de hoy, de una mujer que por la misma necesidad fue engañada y llevada a otro país con promesa de trabajo y luego fue sometida a la esclavitud sexual ¿Podrá esta mujer ver a Dios como un Padre Providente y despreocuparse abandonándose en la providencia divina?
¿Cómo ve la Palabra de Dios hoy aquel padre de familia que tiene que llegar al extremo de pedir limosna para darle de comer a sus hijos porque no tiene trabajo o está incapacitado para poder trabajar, mientas sus hijos se mueren de hambre y no tienen qué vestir ni dónde vivir?. Y podríamos seguir buscando realidades desgarradoras que nos hacen ver como si Dios realmente no fuera un Padre Providente y que se olvida de sus hijos.
Analicemos primero las lecturas para encontrar respuesta a esas interrogantes.
Dios Padre y Madre
No se trata de entrar aquí en discusiones feministas. Dios no es ni masculino ni femenino, pero en su naturaleza reúne todo lo bueno que en un hombre y una mujer puede haber. Por eso la primera lectura usa la figura de una madre para presentarnos a Dios. Y ante la pregunta de si una madre puede olvidar al hijo de sus entrañas, Dios responde de inmediato “aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Y es que si el profeta no hace esa aclaración, hubiera resultado decepcionante si solo nos presentara a Dios como madre para asegurarnos que él no se olvida de nosotros como hijos, conociendo a tantas madres que hay a nuestro alrededor, capaces de cometer atrocidades con sus hijos, desde un aborto, su abandono hasta asesinar al hijo ya nacido de sus entrañas. Pues aunque eso suceda, el profeta se asegura de aclararnos que nuestro Dios es como esa madre perfecta que jamás permanecerá indiferente a cada uno de nosotros, que somos sus hijos. Como esas madres que también abundan a nuestro alrededor, capaces de dar la vida por sus hijos, de esas mujeres que se quedan sin comer, por alimentar primero al hijo de sus entrañas, o como aquella madre que primero piensa en el vestido de su hijo, antes del suyo propio.
Y Jesús mismo se encarga de presentarnos a su Padre como nuestro Padre, el Padre de todos, que está bien atento a las necesidades de cada uno de sus hijos y sabe perfectamente qué es lo que nos hace falta: “Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6,32).
Y sabiendo la “calidad” de Padre que tenemos, entonces Jesús nos interroga “¿Por qué se preocupan entonces?” Y nos invita a dirigir nuestra mirada a la naturaleza misma: las aves ni trabajan, ni almacenan y Dios siempre las alimenta. Los lirios del campo no andan preocupados de cuál es la última moda y cuánto cuesta el último vestido que ha salido al mercado: Dios le viste de belleza incomparable. Y nosotros valemos mucho más que las aves y las plantas, por lo tanto, Dios se encargará de nosotros mucho más que de los animales y las plantas. Eso suena paradisíaco, suena maravilloso. Es como para quitarnos el estrés acumulado por tantas preocupaciones que nos atormentan todos los días: el pago de la luz, el teléfono, el préstamo bancario, la cuota de la casa o del carro, la colegiatura de los hijos… y una lista innumerable de situaciones que nos desvelan y nos quitan la paz y tranquilidad.
Dios es un Padre providente y sabe perfectamente todo lo que necesitamos y, por lo tanto, no tenemos que agobiarnos y caer en la desesperación.
Ahora bien, Jesús usa la figura de las plantas y los animales para mostrarnos cómo Dios, sin que éstas trabajen, les provee de lo necesario: “¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan” (Mt. 26,28) ¿Significa que debemos quedarnos de brazos cruzados entonces y esperar que Dios nos haga caer del cielo el pan de todos los días, la ropa, la casa y todo lo que necesitamos para vivir? Esto no quiere decir que hay que vivir con la misma despreocupación de las flores y los pájaros. Jesús sabe muy bien que en la vida hay que trabajar, calcular y prever. Por eso reprueba a las jóvenes necias por su falta de previsión (Mt. 25,1-13) y alaba al siervo bueno y previsor, que se dedica responsablemente a cumplir con las tareas que se le han confiado (Mt 24, 45-51). Desde el libro del Génesis venimos ya con una sentencia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3,19). Sin embargo, nunca se debe perder de vista lo más esencial: la confianza en el Padre del cielo que vela por las necesidades de todas sus criaturas. En este contexto «preocuparse» no se refiere a la previsión de un trabajo cualquiera, sino a una previsión que inquieta y concentra todas las energías de la persona, “lo que quita el sueño”. Para el discípulo la única inquietud ha de ser el Reino y su justicia.
Fijemos nuestra atención ahora en el inicio y el final del texto del evangelio que hemos leído hoy.
No podéis servir a Dios y al dinero
El v. 6,24 del Evangelio de hoy establece un principio de sentido común. Cristo pone el ejemplo de dos señores exigentes, que solicitan de la persona una dedicación total. Como esos señores tienen intereses diametralmente opuestos y exigen cosas contrarias, es imposible complacerlos a los dos. De ahí la imposibilidad de un compromiso entre Dios y las riquezas, que aquí se presentan personificadas. El servicio de Dios exige una entrega total, y el apego esclavizante a la seducción de las riquezas (Mt 13,22) es uno de los mayores obstáculos para el servicio incondicional de Dios. No podemos conjugar servir a Dios y al dinero. Lamentablemente el dominio de Dios sobre el dinero es el que más cuesta entregarle. Dejamos que Dios gobierne sobre lo que él quiera en nuestra vida, pero menos sobre nuestro bolsillo. Cuando nos tocan el dinero, ya no nos gusta. Y Jesús pide a sus seguidores que decidan entre servir a Dios o servir al dinero; pero no conjugar ambos servicios. Y no es que la riqueza sea mala, pero no es suficientemente buena comparada con Dios. El dinero puede convertirse en un obstáculo insuperable para poder seguir y servir a Dios. Por eso al término del cap. 6 se encuentra la célebre frase de Jesús: Busquen primero el reino de Dios y su justicia… Al decir busquen primero, Mt no excluye otras búsquedas legítimas y aun necesarias: lo realmente importante es no perder de vista la prioridad, que es el Reino de Dios.
Santo Tomás de Aquino, en su Catena Aurea, retoma el comentario de San Jerónimo sobre este tema:
La palabra mammona en siríaco quiere decir riquezas. Oiga esto el avaro que se honra con el nombre de cristiano: no se puede a la vez servir a Dios y a las riquezas. Y sin embargo no dijo: «El que tiene riquezas», sino: «El que sirve a las riquezas». El que es esclavo de las riquezas las guarda como esclavo, pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor.
¿Recuerdan las preguntas con las que iniciamos esta reflexión? Resumámoslas en una sola: Si Dios es Padre Providente y nos cuida mucho más que las aves o las plantas, ¿Por qué hay tanta miseria y hambre en el mundo? Veamos el contexto: el Evangelio de hoy pide no priorizar el dinero sobre Dios y finaliza pidiendo primero buscar el Reino de Dios y su Justicia.
Si hay tanta miseria en el mundo, si existen millones y millones de niños que se mueren de hambre y muchos están siendo sometidos a una clara esclavitud, es porque el hombre ha puesto a las riquezas en primer lugar y ha desterrado a Dios de su corazón. Y no olvidemos que Dios hizo libre al hombre y nos deja ser nosotros, no nos coarta nuestra libertad. Al joven rico le pidió que fuera a vender lo que tenía y lo repartiera a los pobres; pero cuando el joven dio la vuelta y se marchó, Jesús ni le obligó a repartir su riqueza ni le suplicó para que lo hiciera. Lo dejó libre. Dios está tan cerca de nosotros que nos deja ser nosotros mismos
Dios, como Padre Providente, creó la tierra y la dotó de todos los recursos suficientes como para proveer de lo necesario a todos; pero cada vez el pastel se va repartiendo en menos bocas, porque el egoísmo del hombre le lleva a acaparar todo lo que pueda, aún en detrimento de otros. Al sistema económico que impera en los países desarrollados no le importa que para lograr el progreso y bienestar de unos pocos se hunda en la miseria a millones de personas en el mundo. Tampoco le importa explotar los recursos naturales para ahora, sin importar lo que le deja a las nuevas generaciones: un planeta cada vez más destruido. Si Jesús pronunciara ese discurso del capítulo 6 de San Mateo en nuestros tiempos, seguramente tendría que reconsiderar el ejemplo de las aves del cielo que ni siembran, ni cosechan ni almacenan y Dios Padre les da su alimento, porque ahora muchas especies se están quedando sin su hábitat natural, desplazadas por el hombre que va explotando todos los recursos naturales que encuentra a su paso.
Jesús aclara: “no podéis servir a Dios y al dinero”, porque quienes sirven al dinero no dejan a Dios ser un Padre Providente. Los modelos económicos han convertido al hombre en un esclavo del dinero. El afán de acumular riquezas lleva a cometer atrocidades para ser competitivos y producir, rendir y superar a la competencia. El hombre acumula riquezas pero cada vez es menos feliz. El afán de producir lleva al hombre a no disfrutar del trabajo, del que se ha vuelto su esclavo, y el producto de tanto estrés ha reducido el ciclo de vida de la humanidad. Se multiplican las enfermedades como el cáncer, diabetes, hipertensión, derrame cerebral, paros cardíacos y otras tantas que reflejan hasta dónde lleva al hombre esa esclavitud.
Por eso Jesús, después de invitarnos a vivir sin agobios, añade: «Sobre todo, buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Esto significa que la confianza en la providencia de Dios hemos de vivirla como búsqueda activa de la justicia de Dios entre los hombres.
En momentos de crisis como los actuales, todos tendemos a buscar con angustia lo que a nosotros nos parece urgente y vital. Esta es la llamada y el reto de Jesús: No perdáis el ánimo. Dios no se ha olvidado de vosotros. Buscad con fe la implantación de su justicia. Lo demás vendrá como consecuencia.