Color: Verde / Salterio: III Semana
Monición de entrada
Buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. En el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario les damos una cordial bienvenida a la celebración de esta Santa Misa.
La liturgia de hoy nos invita a escuchar con gozo la Palabra de Dios, que nos muestra el camino de la salvación.
Unámonos fraternalmente, constituyendo la Asamblea Litúrgica, porque vamos a celebrar el misterio de Jesús en su Pascua.
Como una sola familia, cantemos juntos el canto de entrada… De pie.
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Moniciones a las lecturas
Monición única para todas las lecturas
En la liturgia de hoy, Nehemías, el salmista y Lucas insisten en la lectura y la meditación de la Escritura. El pueblo restaurado tras el exilio inicia su nuevo caminar con la lectura del libro de la ley. Tanto Nehemías como Jesús insisten en el “hoy” como día consagrado a Dios, como tiempo de salvación, como ocasión para la alegría y la celebración. Formando un solo cuerpo con Cristo, escuchemos con fe esta palabra.
Moniciones para cada lectura
Monición a la primera lectura (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
Del profeta Nehemías, escuchemos una interesante exhortación a adoptar una actitud de fidelidad, atención y respeto ante la Palabra de Dios.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo —pues se hallaba en un puesto elevado— y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió:
—«Amén, amén».
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
—«Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis».
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron:
—«Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».
Palabra de Dios.
Monición al salmo responsorial (Salmo 18)
El salmo 18 está elegido para resaltar el valor que para los creyentes tiene la Palabra, haciendo eco a la gran asamblea de los repatriados y adelantando la lectura y explicación que Jesús va a hacer en su pueblo de la Palabra de Dios. Contestemos todos:
Salmo responsorial: Salmo 18, 8. 9. 10. 15
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío. R.
Monición a la segunda lectura (I Corintios 12, 12-30)
En su carta a los Corintios, que empezamos a leer el domingo pasado, Pablo, después de dar la consigna de la unidad en medio de tantos dones y carismas que parecen enriquecer a aquella comunidad, les presenta una argumentación para asegurar este criterio de unidad: la comparación con el cuerpo humano.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 12-30
Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno sólo.
Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían.
Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Palabra de Dios.
Monición al Evangelio (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21)
Empezamos la lectura del Evangelio de San Lucas, quien hoy nos presente la primera predicación de Jesús en la Sinagoga de su pueblo, anunciando el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Excelentísimo Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
—«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Palabra del Señor.
Oración de los fieles
Celebrando a Cristo, el Señor, oremos, hermanos, al Padre que lo ha enviado para nuestra salvación y digamos todos:
Atiende, Señor, nuestra oración
- Por los pastores de la Iglesia, para que sepan reunir en torno al Señor a toda la familia de los hijos de Dios y la sirvan humildemente con la palabra y con el ejemplo. Oremos.
- Por los responsables del gobierno de las naciones, especialmente por los de nuestro país, para que busquen con conciencia recta lo que favorece al progreso del pueblo y no se dejen dominar por el afán del dinero y el poder. Oremos.
- Por los más débiles y necesitados de nuestra comunidad, especialmente por los huérfanos, los enfermos, los pobres y los ancianos, para que con nuestra ayuda descubran el mensaje de alegría y esperanza cristiana. Oremos.
- Para que esta comunidad viva de acuerdo con lo que cree y lleve a la práctica la Palabra que hoy ha escuchado. Oremos.
Presentación de las Ofrendas
Al llevar los dones a la mesa del altar, comprometámonos al trabajo que hace crecer el pan de nuestra mesa cotidiana. Cantemos…
Comunión
Acerquémonos ahora a recibir a Cristo, que se nos da en la comunión, renovando nuestra fe en el Sacramento del Cuerpo del Señor, que nos da vida en abundancia.
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