¿A dónde va el alma después de la muerte?
Hay preguntas que inquietan a todo mortal: ¿La vida termina con la muerte? ¿Qué sucede con el alma después de la muerte? ¿Hay vida eterna? ¿El alma después de la muerte estará viva, dormida o muerta? ¿Qué pasará con los cuerpos de los difuntos en el juicio final? ¿Las personas se convierten en ángeles después de morir?
Estas y otras tantas preguntas despiertan curiosidad en todo ser humano, sobre todo cuando la edad avanza y la muerte cada vez se avecina. Trataremos de responderlas, atendiendo a lo que nos enseña la Teología católica.
Conceptos
Para entender mejor lo que sucede con el alma después de la muerte, definamos algunos conceptos.
Parusía
Esta palabra se deriva del griego pareimi que significa estar presente o llegar. Con ella nos referimos a la segunda venida de Cristo, como lo confesamos en el credo: «y de nuevo vendrá con gloria.»
La primera venida ocurrió en la Encarnación, Jesús vino en la carne; la segunda será en su gloria, para el «juicio final», el llamado «fin del mundo». Será la venida gloriosa que clausure la historia.
- «Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo» (Jn. 14,3)
- «Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn. 16,16)
- «También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón» (Jn. 16,22).
- «Galileos, ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.» (Hech 1, 11)
Es decir, Jesús ya vino, pero volverá a venir. Hay un tiempo intermedio, que la Iglesia ocupa para la evangelización.
Juicio particular
Es el juicio por el que pasa toda persona inmediatamente después de morir. El alma pasa por el tribunal de Dios para recibir su retribución y poder pasar al cielo, infierno o purgatorio.
El Catecismo de la Iglesia, en el numeral 1021 nos confirma «la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
Juicio Final
Este será el juicio colectivo al final de los tiempos, en la parusía, cuando Cristo venga en su gloria y nos reúna a todos, unos a su derecha y otros a su izquierda (Cf. Mt 25, 32-33). Los que ya hayan muerto, resucitarán y los que todavía estén vivos, serán transformados: «El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. 17.Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.» (1 Tes 4,16-17). «En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.» (1 Cor 15, 52)
El Catecismo de la Iglesia (n. 1039) nos afirma: La resurrección de todos los muertos, «de los justos y de los pecadores» (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será «la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá «en su gloria acompañado de todos sus ángeles […] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda […] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» (Mt 25, 31. 32. 46).
¿Cuándo sucederá? El catecismo mismo (n. 1040) nos dice: «El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento.»
Inmortalidad del alma y resurrección
Desde el punto de vista cristiano, la muerte es el fenómeno por el que el alma se separa del cuerpo. Muere el cuerpo, no el alma. «Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día» (CEC 1016)
Después de la muerte, hay una pervivencia de un elemento consciente del hombre entre la muerte y la resurrección (juicio final, fin del mundo); ese elemento (alma) está dotado de continuidad de consciencia con respecto a la persona concreta que vivió su existencia terrena y la que resucitará. El alma se separa del cuerpo y existirá así hasta la resurrección de los muertos, cuando el alma y el cuerpo vuelvan a unirse. Martin Lutero lo aceptaba así; pero afirmaba que las almas se encuentran normalmente en un estado de dormición, de sueño, en el que son insensibles. Y por eso los protestantes dicen que no se le puede pedir un milagro a los santos, porque sus almas están dormidas y no escuchan nuestras peticiones.
El Catecismo de la Iglesia dice que «la muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino» (CEC 1013).
Finalizado ese tiempo que Dios nos concede para vivir en este mundo, inmediatamente después de la muerte viene la retribución para el alma, teniendo como destinos posibles: el cielo, el purgatorio o el infierno.
El cuerpo muere y recibe su sepultura o incineración, según la voluntad del fallecido o de sus familiares. Pero el alma pasa a su juicio particular inmediatamente.
Si la persona vivió según los preceptos divinos y muere en un estado perfecto de gracia, sin ninguna mancha, su alma pasa inmediatamente al cielo; si hay algo todavía que purificar, pasa al purgatorio; pero si muere en pecado mortal, pasa de inmediato al infierno. Al cielo no puede entrar nada impuro. Si hay algo que purificar, aunque sea mínimo, el alma debe pasar por algún tiempo en el purgatorio limpiando sus impurezas para poder pasar al cielo.
Esa retribución inmediata sucede en el el juicio particular y recae sobre el alma. Al final de los tiempos, en la segunda venida de Jesús, los muertos resucitarán y el alma se unirá nuevamente con su cuerpo, pero ya no un cuerpo mortal, sino uno glorificado.
Después de la resurrección, los que merecieron el cielo, después de morir, seguirán en el cielo ya con su cuerpo y alma juntos. Los que merecieron el infierno, pues su cuerpo y alma seguirán allí. Los que todavía estén en el purgatorio a la hora del juicio final, pasarán con su alma y su cuerpo al cielo.
De manera que, para un cristiano, la muerte no aniquila el ser. La muerte es una separación, una despedida del cuerpo y del alma por desfallecimiento de aquél. La despedida no es para siempre. No es un adiós, sino un hasta luego.
Así, en resumen, lo que sucede con el alma después de la muerte.
Fuentes:
Catecismo de la Iglesia Católica, Pozo, Cándido, Teología del más allá, BAC, Madrid, 2001