El Hombre Espiritual
El Hombre Espiritual, cuarto tema del crecimiento 1 para la Renovación Carismática. Aprender a dejarse guiar por el Espíritu Santo y a dominar la carne…
Introducción
En la clase anterior hablábamos sobre esa lucha constante que libramos contra el pecado, producto de los deseos de la carne, que nos inclina al pecado, y el anhelo del Espíritu, que nos impulsa a la santidad.
Hoy aprenderemos que hay dos tipos de hombres: carnal y espiritual, según se dejen dominar, por la carne o por el espíritu.
Hombre Carnal y Hombre Espiritual
Alguna vez hemos escuchado decir de una persona: «es muy espiritual». Esa expresión normalmente recae sobre quien vive una vida de oración, de adoración al Santísimo y de mucha vida sacramental. Hablamos de alguien que se deja conducir por el Espíritu y no por la carne, según lo explica San Pablo:
Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios
(Rm 8, 5-8)
«En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle» (1 Co. 2, 15)
Ser un hombre espiritual o carnal viene determinado por quién domina e inspira nuestros actos. Aquel a quien le dominan los deseos de la carne y cae en pecado, es un hombre carnal; pero aquel que vive según el espíritu y sabe luchar por vencer las tentaciones de la carne, ese es un hombre espiritual.
Conseguir esa meta implica una lucha constante, de todos los días, como lo decíamos en la clase anterior. Hay que ir muriendo constantemente al hombre viejo y hacer resurgir al hombre nuevo. Así como en el botón de una rosa no se nota su belleza hasta que los sépalos se abren y se deja ver el interior, así mismo el hombre carnal tiene que irse despojando poco a poco de sí mismo, de sus egoísmos, de sus pasiones, etc., para que poco a poco se vaya descubriendo en él al hombre espiritual. Las rosas son muy hermosas, pero para llegar a ese estado, primero han tenido que vencer a los sépalos y hacer resurgir a los pétalos con esa belleza inigualable. Así el hombre debe vencer a la carne que le oprime, para que surja esa belleza espiritual que hay en el interior de cada uno.
Lo que sembramos, eso cosechamos: «El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna» (Ga. 6,8). La carne conduce a la muerte, el espíritu conduce a la vida eterna.
La parábola del Sembrador, que nos narra el Evangelio de San Lucas en el capítulo 8, nos habla de cuatro tipos de oyentes:
- Los de a lo largo del camino (v. 12)
- Los de sobre piedra (v. 13)
- Lo que cayó entre los abrojos (v. 14)
- Lo que en buena tierra (v. 15)
Los tres primeros son carnales. Deben despojarse aún de las tendencias de la carne. El cuarto tipo de oyentes es el espiritual, aquella buena tierra que produce el ciento por uno, porque se deja conducir por el espíritu y no por la carne.
La semilla tuvo que morir y ser enterrada para poder tener vida y dar fruto: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12, 24). Así, el hijo espiritual es aquel que ha muerto a sus deseos, a sí mismo; a sus planes, a su mundo. Sin mirar lo que dejó, lo que queda atrás, sigue a Cristo.
Jesús vino a traernos un nuevo mensaje de verdad, de vida, mas no planeó que sus enseñanzas fueran algo agregado a nuestra vida. El nos pone una alternativa estar con El o estar contra El. (Mat. 12:30).
San Ireneo, meditando en la palabra revelada, explica: el hombre es perfecto cuando su carne es «poseída por el Espíritu».
Conseguir una carne pneumatizada, totalmente comprometida en el objetivo de expresarse en caridad, significa que esta carne va adquiriendo la forma propia de Jesucristo resucitado y que se ha conformado con el cuerpo glorioso del Señor. «La carne, poseída por el espíritu y olvidada de sí misma, asume la calidad del espíritu y se conforma con el Verbo de Dios’.
«Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41). La oración es un arma poderosísima que nos ayudará muchísimo para ir muriendo al hombre viejo y dominando los deseos de la carne.
Cuando la carne nos produzca pereza y no nos deje ir al grupo de oración, a la asamblea, a los crecimientos, a la santa misa, es cuando más hay que orar. Cuando comenzamos nuestra oración y nos da sueño y pereza, es cuando más debemos sacrificarnos y orar, porque la carne es débil y sus deseos siempre serán contrarios a los del espíritu. Cuando intentamos leer la Palabra pero algo nos impide hacerlo, es cuando más debemos orar, porque el espíritu quiere alimentarnos, pero la carne se resiste. Cuando sintamos deseos de abandonar la comunidad, es cuando más debemos de orar, porque la carne quiere pecado y no santidad, porque la carne quiere deleites del mundo, y no espirituales y por eso nos impulsa a alejarnos de la comunidad y apartarnos de Dios.
Cuidado! Debes estar siempre alerta, vigilante, sin que nada ni nadie te distraiga en tu camino con el Señor, porque habrá muchos tropiezos y sentirás muchas veces el deseo de darte por vencido o vencida. Muchos se quedan en el camino, porque deciden voluntariamente obedecer mejor a la carne y no al espíritu.
Seguir a Jesús significa:
- Hacerlo, renunciando a toda oposición o atadura sentimental. (Mt 8, 22; 10,37).
- Renunciar al mundo, a sus atractivos, a sus riquezas, a sus afanes. (1 Jn 2, 15).
- Aceptar que el mundo te atacará y te odiará por ser verdadero cristiano. (Jn 15, 19).
- Aceptar que tendrás que reconocerlo delante de los hombres y aceptar que te insulten. (Mt 10, 32).
- Aceptar todas las pruebas como discípulos fieles y obedientes. ( 2 Co 6, 4-10).
- Andar en la luz. (Jn 8, 12).
- Dejar de hacer lo malo que antes hacíamos e imitarlo para llegar a tener los mismos sentimientos que tuvo El. (Flp. 2, 5).
Seguirlo es amarlo más que a nada ni a nadie, con todo tu corazón, con toda tu mente, y con todo tu cuerpo, guardando sus Mandamientos. Es tener oídos y escucharle: es decir a su llamado, o a todo lo que te pida: «SI SEÑOR» y muriendo a ti mismo, resucitar para Cristo y dar Fruto.
Esta es la vida del hombre espiritual: es la vida de un hijo obediente, amante, que ha logrado con su comunión diaria con DIOS ganar un lugar especial en su amor y para el cual Dios ha prometido una corona de vida (Stg. 1, 12). Es el hombre que logra vencer el mal a base de hacer el bien. (Rm. 12, 21).
En su vida ya no hay los mismos atractivos que tienen los otros hombres, pero sus objetivos y atractivos son más firmes. No se trata de una vida pasiva y fácil sino que debe ejercitar su libre voluntad, elegir, decidir entre el bien y el mal, negarse a la tentación, buscar constantemente mejorar su vida espiritual y asemejarse cada día más a Cristo. Pero el secreto es estar dispuesto a dejarse conducir. Intentar hacer esto por nuestros propios medios, equivale a tratar de empujar un tren, pero en el momento en que aceptamos dejarnos conducir del Espíritu Santo, decir «SI» equivale a la acción del maquinista al dar marcha al tren.
Ahora que eres consciente de eso, ¡Estás dispuesto a seguir al Señor, a decir «SI», a ser un hijo espiritual? Si es así, has tornado la decisión más acertada de tu vida.
Haz un compromiso con Dios esta noche:
1. Entrégate a ti mismo y ofrece toda tu vida al Señor.
2. Promete que lo obedecerás y los amarás.
TAREAS
Escribe tu testimonio de conversión para la Gloria de Dios, (hazlo como si estuvieras escribiendo para tratar de convertir a alguien que no cree).
Aprenderse de memoria:
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto
(Rm 12, 1-2)
Control de Lectura: Leer el capítulo 5 del Evangelio de San Matero para compartir en grupo de reflexión en la próxima clase.