Cuando yo era chico, cerca de mi vecindario se instalaba un circo. La curiosidad por los animales me llevaba siempre a ver a los elefantes, caballos y otro tipo de animales que usaban en las funciones. Pero mi atención se fijó en un elefante enorme que hacía despliegue de su tamaño durante la función. Me gustaba ver su fuerza descomunal y su gran peso. Pero, después de eso, quedaba sujeto a una cadena que el domador amarraba a una pequeña estaca de madera clavada en el piso.
Lo que me sorprendía es que la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. Sin embargo, no lo hacía.
La curiosidad me llevó a preguntarle a su domador la razón de aquél misterio. Se limitó a decirme que así había sido acostumbrado desde pequeño, a estar atado a una estaca parecida.
Ese gran elefante, tuvo una lucha desde su infancia. En aquel momento, el pobre elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese gran elefante no se escapaba porque creía, desde su infancia, que no podía lograrlo. Él tenía registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Bastaba un solo intento, un uso diferente de su gran fuerza, para escapar; pero no lo hacía.
Muchos crecemos con pequeños traumas de la infancia que nos tienen atados y nos hacen creer que no somos capaces. A ti te dijeron tus mismos padres o tus maestros que no servías para las matemáticas y creciste con ese complejo, a tal punto que siempre le tuviste miedo a los números y sigues con ese trauma. Te dijeron que eras un inútil y te la creíste; ahora te crees incapaz de realizar grandes cosas en tu vida, porque crees que muchas cosas están solo al alcance de privilegiados y personas que la vida ha dotado de grandes virtudes que tú no tienes. Tienes tan guardado ese registro y crees tanto en él, que no eres capaces de replantearte ciertas cosas de tu vida, porque crees que ya son así y solo tienes que aceptarlas.
Naciste en una familia pobre y crees que estás condenado a morir pobre, porque la riqueza es privilegio de unos cuantos, y esos ya están completos. Te resignas a un estilo de vida porque crees que el destino ya te marcó para ser así siempre.
Basta con probar tus fuerzas y te darás cuenta de lo que eres capaz de hacer solo cuando lo intentas y no te dejas llevar ni por tu experiencias del pasado, ni por lo que te digan los demás. Recuerda que para Dios nada hay imposible (Cf Lc. 1, 17)