El auxilio me viene del Señor
¿Has sentido alguna vez que Dios te abandona? ¿Alguna vez has sentido que oras y por mucho que reces resulta como si Dios no escuchara porque no actúa ante tus dificultades? ¿O has pedido a Dios algún favor y él resulta haciendo todo lo contario a lo que le pides? Bueno, si es tu caso, créelo, no eres el único o la única que pasa por situaciones similares.
Que Dios siempre está con nosotros es una verdad que resulta un tanto confusa, incluso algunas veces para los que más cerca de Dios se encuentran, porque hablamos un idioma totalmente distinto al suyo. Buscamos la providencia de Dios en nuestros momentos de dificultad; pero nos hace falta casi siempre el discernimiento necesario para ver la mano de Dios tendida en nuestro auxilio. Oramos, Dios responde, pero no logramos visualizar su respuesta porque no se ajusta siempre a lo que nosotros esperamos, o más bien, a la forma en que nosotros queremos que Dios nos responda.
La siguiente historia nos servirá para reflexionar sobre ello:
La Providencia Divina
Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio, junto a la ventana, preparando un sermón sobre la Providencia. De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.
El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: “Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la Providencia, y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar”.
Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente.
— ¡Salte adentro, Padre!, le gritaron.
—No, hijos míos —respondió el sacerdote lleno de confianza— yo confío en que me salve la providencia de Dios.
El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces se encaramó a lo alto del campanario de la iglesia y, cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con una motora.
—Muchas gracias, agente —le dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente— pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme.
Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios:
—¡Yo confiaba en tí! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?.
—Bueno, le dijo Dios, la verdad es que envié tres botes ¿no lo recuerdas?”
Moraleja
El problema más grande con que nos encontramos a la hora de buscar la ayuda de Dios a través de la oración es que queremos que Él haga las cosas a nuestro estilo. Pedimos ayuda y le dictamos a Dios cómo la debe enviar. La solución a nuestro problema puede estar a la vista, pero si no se parece a lo que nosotros esperamos, entonces lo pasamos por alto.
A Dios no le gustan los espectáculos, los shows. Su manera de obrar casi siempre pasa desapercibida y se vale de las cosas más sencillas para brindarnos su auxilio. Puede usar la voz de un niño para darnos una palabra, la de un anciano para darnos un consejo. Cuando buscamos que Dios grite desde el cielo y nos hable, Él usa a un familiar nuestro, un amigo, un sacerdote o un acontecimiento para decirnos algo importante.
En una ocasión un hombre estaba siendo perseguido por unos asesinos y decidió internarse en un bosque rumbo a una montaña. Oró con gran fe a Dios que lo protegiera en ese momento. En ese mismo instante alcanzó a ver una pequeña caverna entre las rocas y los árboles de la montaña. Corrió y se refugió ahí, pidiendo a Dios que enviara sus ángeles y los colocara en la puerta para que sus enemigos no pudieran entrar. De pronto vio una telaraña que comenzó a formarse cubriendo toda la entrada. Era una pequeña araña que estaba tejiendo una red a toda velocidad. Obviamente aquél hombre comenzó a burlarse y reclamarle a Dios:
—Te pedí ángeles para que los colocaras en la puerta, y tú me mandas una insignificante arañita, ¿Cómo piensas que un animal tan pequeño va a protegerme de mis enemigos?
En ese mismo instante se escuchó el paso de los perseguidores que se aproximaban a la caverna. Guardó silencio y aquellos hombres se asomaron por la puerta, con la intención de entrar a buscarlo ahí; pero el jefe les advirtió:
—No pierdan su tiempo, ahí no puede estar. ¿Ven esa telaraña en la entrada? Si alguien hubiera ingresado ahí, esa red se hubiera roto. Y se largaron de inmediato.
Una telaraña puede ser nuestra salvación, porque Dios es así de simple para brindarnos su ayuda. Cuando no logramos percibir ese auxilio, o es porque hablamos idiomas diferentes al de Dios, o esperamos algo demasiado espectacular, o definitivamente somos tan soberbios que nuestro orgullo nos hace pensar que podemos solos o que las cosas suceden por pura casualidad y no porque la mano de Dios se haya manifestado; queremos espectáculo, un gran show, y Dios es sencillo para actuar y actúa también en los más sencillos y humildes de corazón. A lo mejor tú esperas que la respuesta a tus dudas o tus problemas vengan de una gran personalidad del gobierno o de la Iglesia, de la alta sociedad; pero cuando aparece un humilde instrumento que Dios quiere usar, no lo escuchas ni atiendes.
Si estás dudando de la Providencia de Dios, mejor revisa tus expectativas. Comienza a descubrir a Dios en las cosas sencillas y verás cómo tu creador sí que está presto a ayudarte y pone a tu disposición miles y miles de recursos a tu favor para que salgas adelante en todo…