La historia de la gallina desplumada nos sirve para reflexionar sobre los efectos del chisme, el juicio temerario, la maledicencia y la calumnia.
Dicen que un pueblo chico es un infierno grande. Cuando más pequeña es una población, más se conoce la gente y, por lo mismo, más pendiente están unos de los otros, para bien o para mal. Esto da lugar a que la calumnia, difamación, maledicencia y los «chismes» corran más rápido y todo mundo se entere de lo que sucede a una persona en cuestión de segundos, más aún cuando existen personas «bocinas» que se encargan de divulgar con la rapidez de un rayo todo lo que acontece en un vecindario.
La penitencia
Cuentan la historia de un sacerdote (se dice que fue San Felipe Neri), que escuchaba la confesión de una penitente que llegaba con frecuencia a confesarse por hablar mal de las demás personas.
El Santo sacerdote quiso darle una lección, viendo que era tan reincidente en dicho pecado contra el octavo mandamiento, y le dejó una penitencia bien curiosa. Le pidió que al día siguiente le trajera una gallina desplumándola por el camino hasta llegar a la casa parroquial.
Así lo hizo la mujer y al día siguiente estaba cumpliendo su penitencia. Pero el sacerdote, al recibir la gallina sin plumas, se la devolvió a la mujer y le pidió que fuera de regreso a su casa, por el mismo camino, recogiendo y pegando cada pluma que había quitado a aquel inocente animal.
La mujer, obviamente, manifestó a su confesor que esa penitencia estaba muy difícil de cumplir, pues las plumas no quedarían igual aunque usara el mejor pegamento del mundo; eso sumado al hecho de que el viento ya habría arrastrado algunas plumas y no las encontraría todas para dejar bien a la gallina.
Es lo mismo que ocurre -manifestó el sacerdote a la mujer- con la reputación y la fama de las personas de quienes tú hablas tan mal con los demás, aunque intentes corregir tu error, ya el daño queda hecho.
Un pecado contra el octavo mandamiento
El catecismo de la Iglesia, en el numeral 2477 y 2479, es claro cuando habla de esas faltas contra el octavo mandamiento:
El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace culpable:
— de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
— de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21, 28);
— de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad.
Cuando hablamos mal de una persona, destruímos su reputación y el honor de su nombre, su fama. Después, aunque pretendamos remediar el daño, nos pasará lo mismo que a la gallina, será difícil colocarle las plumas como las tenía naturalmente. Imagínate si tú conoces un caso de una niña que haya sido abusada sexualmente y te encargas de divulgarlo por todo el pueblo, ¿Crees que será agradable para ella tener que cargar con la cruz del abuso sexual y la murmuración del pueblo?.
Hay personas que, por algún trastorno sicológico o por alguna otra razón, se convierten en las «bocinas» del pueblo, responsables de divulgar todo lo que acontece a su alrededor. Muchos, por alguna frustración en sus vidas, descargan su peso contra los demás difamando, calumniando, destruyendo, como una forma de venganza, no contra quien se las deba, sino contra quien las pague. Hay personas que viven mal en su matrimonio, y no pudiendo ver que otras parejas vivan felices, se encargan de destruirlas mediante los «chismes» o calumnias. Inventan lo inimaginable con el objetivo de ver destruidos a otros. Conozco el caso lamentable de un matrimonio en el que el esposo asesinó a su esposa porque, una de esas simpáticas vecinas, lo envenenó con «informaciones» de supuestas infidelidades constantes. Con el tiempo se descubrió que todo era falso, puros «chismes» que se le salieron de control y llegaron a un final catastrófico. ¿Cómo devolverle la vida a una víctima de la calumnia? Imposible…
Mucho cuidado! porque hay tanta gente que desahoga su frustración haciendo daño a los demás. Reparar un daño por los «chismes», se vuelve muy difícil. Las víctimas casi siempre quedan etiquetadas.