La envidia
Dicen que a nadie le gusta ver ojos bonitos en cara ajena. La envidia es un sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí algo que otra posee.
La Luciérnaga y la Serpiente
Jesús utilizó mucho las parábolas para hacernos llegar su mensaje. Si su primera venida hubiera sido en nuestros tiempos, seguramente nos habría puesto ejemplos tomados del fútbol, las comunicaciones, la tecnología o cosas parecidas. Pero sigue habiendo en la naturaleza y la vida agrícola muchas cosas que nos dan lecciones interesantes. Hay tantas historias maravillosas que edifican nuestras vidas; una de ellas es la fábula de la luciérnaga y la serpiente, que nos ayudará en el tema de hoy: la envidia. Veamos primero la fábula:
Cuenta una fábula que en cierta ocasión una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía muy rápido y llena de miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir en su intento de alcanzarla.
La luciérnaga pudo huir durante el primer día, pero la serpiente no desistía, dos días y nada, al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga detuvo su agitado vuelo y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres preguntas?
No acostumbro conceder deseos a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, respondió la serpiente.
Entonces dime:
¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
¡No!, contestó la serpiente.
¿Yo te hice algún mal?
¡No!, volvió a responder su cazadora.
Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?
¡Porque no soporto verte brillar!, fue la última respuesta de la serpiente.
Moraleja
Después de leer esa fábula, creo que ya hiciste tu propia adaptación y pensaste en tantas serpientes que hay a tu alrededor, o peor aún, si te identificaste con la serpiente, porque puede ser que cierta envidia se apodere de nuestros corazones y no sabemos exactamente de dónde procede, o no queremos reconocerlo.
La envidia es una enfermedad que no deja ser feliz a la persona de quien se apodera, y muchas veces hace daños grandes a quienes va dirigida. La Real Academia de la Lengua española define a esta enfermedad como una «tristeza o pesar del bien ajeno». Y es eso realmente, una tristeza por el bien del prójimo, especialmente por aquellos bienes que se anhelan, no se poseen y otros sí disfrutan de ellos.
Ante una persona que triunfa, se puede adoptar varias posturas, entre ellas: sentirse feliz con ella y compartir su triunfo, imitarla o ponerle zancadillas y buscar su fracaso. Y son muchos los que toman la última opción.
Hay casos de matrimonios que se han destruido por completo, por culpa de esa lengua venenosa de la serpiente. Matrimonios que han comenzado bien, procreado hijos, superado crisis, adquirido bienes materiales y progresado en muchas cosas. Matrimonios que se entienden, se aman; parejas que se muestran mucho cariño y que realmente son un ejemplo de armonía, paz, amor, unidad… pero que se convierten también en blanco de aquellos que viven frustrados, divididos, en un infierno. Y como cuesta ver ojos bonitos en cara ajena, entonces comienza la serpiente a perseguir a esa luciérnaga hasta darle alcance y devorarla. Un matrimonio fracasado se convierte en una amenaza para los que triunfan. Así, una esposa frustrada, por poner un ejemplo, tratará de encontrar la forma de acabar con el matrimonio vecino, porque le será difícil aceptar que otros sí pueden triunfar y ella no.
El problema mayor de una persona envidiosa es que no disfruta de lo poco o mucho que tiene, sino que se pasa la vida viendo lo que el otro posee. Al identificar el bien ajeno, pierde su tiempo tratando de competirle y superarle, o derribarle, antes que gozar de lo que ya posee. Sé de un caso de una familia con escasos recursos, que se metió en grandes deudas por darle a sus hijos todo lo que su vecino le daba a los suyos: juguetes, buenos colegios, ropa… y terminó perdiendo lo poco que ya poseía, cuando no supo cómo pagar sus deudas.
Hay tantas serpientes tratando de devorar a la luciérnaga que brilla, por eso no es de extrañarse cuando tienes algo y de repente te aparecen enemigos sin buscártelos. Desde luego que te preguntas ¿Y yo qué le he hecho a esta persona? Y no encuentras respuestas porque no hay razón alguna, más que la envidia que tus bienes pueden producirle.
La envidia sin duda que es una enfermedad que destruye tu interior y te roba la paz. No puedes vivir feliz porque no eres capaz de compartir la alegría del otro. Te crea preocupación porque otros se superen y ansiedad por avanzar a pasos agigantados para mantenerte en un estatus superior al del prójimo.
Y no es malo ponerse metas para superarse en la vida. Y el éxito de otros puede servirte como motivación para superarte y lograrlo tú también. Pero cuando luchas por igualar o superar al otro simplemente porque la envidia te corroe, eso no es sano desde ningún punto de vista. Ver brillar a los otros debe servirnos, no para tratar de «comerlos», sino para iluminarnos con su luz y buscar también, a su ejemplo, nuestro éxito personal.
La envida es un pecado capital, capaz de generar muchos pecados más.