Dice por ahí un adagio bastante popular, que cuando el rico más tiene, más quiere tener. Cuando «poseer» se vuelve un «hábito», pareciera que el depósito de los bienes materiales no tiene fondo. No es que la riqueza sea en sí muy mala, el problema es en lo que se convierte el que la posee, si en su corazón no existe Dios y su sabiduría para saber administrar correctamente los bienes que Dios pone en sus manos.
Leamos esta historia muy sencilla, que nos enseña cómo la misma sencillez de un niño sabe descubrir la riqueza que sí tiene mucho valor para la familia, para el hombre:
Pobreza y riqueza
Una vez el padre de una familia muy rica, a quien le gustaba presumir todo lo que poseía y «jactarse» ante los demás de poseer más que ellos, llevó a su hijo a pasear por el campo, con el propósito de que su hijo viera cuán pobres eran esos campesinos.
Pasaron un día y una noche completos en la destartalada casita de una familia muy humilde, y le pidió a su pequeño hijo que observara con atención cómo vivía una familia pobre. Cuando regresaban a su casa en su lujoso automóvil, el padre le preguntó a su hijo:
— Hijo, ¿qué te ha parecido el viaje?
— ¡Muy bonito, papi!
— ¿Viste qué tan pobre puede ser la gente?
— Sí —, respondió el niño.
— ¿Y… qué aprendiste, hijo? — insistió el padre.
— Vi — dijo el pequeño — que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega hasta la mitad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio de nosotros llega hasta la pared junto a la calle, ellos tienen todo un horizonte de patio. Nosotros tenemos un pequeño jardín, ellos tienen todo un bosque que les permite respirar aire puro.
El padre se quedó mudo… y su hijo agregó:
— Gracias, papi, por enseñarme lo pobres que somos.
Moraleja
Como dicen por ahí, a este padre de familia «se le fue el tiro por la culata». Quiso darle una lección a su hijo, pero fue su pequeño hijo quien resultó ser su maestro y le dio una gran lección de humildad.
Alaba a Dios por lo poco o mucho que posees y disfruta lo que tienes sin presumir ni ver a los demás como inferiores a ti. Siempre que te compares con los demás, habrá unos más grandes y otros más pequeños que tú.
Al final del camino, cuando tengas que partir de este mundo, no te llevarás nada; te irás con los mismos bienes con los que saliste del vientre de tu madre: ¡Nada!. Así es la vida…
Por favor lea estas citas bíblicas: Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23 y Lucas 12, 13-21