lunes, diciembre 2, 2024
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Dios responde… siempre responde a nuestra oración

Eficacia de la Oración

Muchos pasamos por pruebas difíciles en nuestro crecimiento en la fe, tan difíciles que hasta desistimos de orar porque sentimos que nuestra oración no es escuchada, que Dios está ausente. Es más, muchos nos peleamos con Dios porque le hemos pedido tanto por algo en lo que necesitamos su auxilio, y Dios,  o no responde,  o hace totalmente lo contrario a lo que nosotros le pedimos. 

En el Evangelio de San Mateo 7,7 dice ««Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá».

Una sola cita bíblica es suficiente, entre tantas que podemos encontrar en las Sagradas Escrituras sobre la efectividad de la oración, para asegurarnos de que Dios siempre escucha. ¿O será que a unos sí y a otros no? La Palabra es clara: «Todo el que pide recibe» y TODO es TODO. No puede haber alguna oración que Dios sí la escucha y otra no. Ni pensar que a algunas personas sí las escucha y a otras no. Hay tanta gente que se nos acerca y nos dice «ore por mi, que a usted sí lo escucha Dios». Esta gente, o no ha entendido que Dios también les escucha a ellos, o son haraganes para orar y andan buscando quien lo haga por ellos. Claro, hay ocasiones en las que se requiere de la intercesión de otros, porque nuestra fe nos falla o talvez ya nos cansamos de orar; pero decir que a otros sí los escucha Dios y por eso debamos acudir a otros para pedir sus oraciones, es una errónea concepción de la atención que Dios nos presta cuando acudimos a él en oración. Siempre nos escucha; a todos nos escucha.

El problema por el que a veces podemos sentir que Dios no escucha puede ser porque creemos tener dominio sobre él como para «ordenarle», no pedirle, que haga lo que nosotros queremos que haga. Olvidamos que cuando oramos siempre se hace «su voluntad» y no la nuestra; así nos lo enseñó Jesús en el Padrenuestro, y nos dio su ejemplo en su oración del Getsemaní.

Dios es nuestro Padre, y como un buen Padre, sabe darnos cosas buenas, y ahí es donde radica nuestra diferencia con él.

En una ocasión una madre llegó a comprar juguetes con su hijo a una juguetería. El niño vio una pistola muy bonita y comenzó a suplicarle a su madre que se la comprara. La mamá le insistió en que ese tipo de juguete jamás se lo compraría. Como el niño persistía y su madre se mantenía en su posición de que no lo obtendría, el pequeño comenzó a llorar y hacer «berrinche», tirándose al piso y gritando como loco, con el objetivo de convencer a su mamá para que le comprara su tan ansiada pistola. La señora, un poco con pena por la escena de su hijo, me dijo: «si yo le compro esa pistola de juguete, con seguridad cuando esté más grande va a querer una de verdad». Y vaya que no tuve más opción que felicitarla por su actitud. Si ese niño no consiguió lo que quería, aunque su madre estuviera en la capacidad de dárselo, fue porque era realmente una «buena mamá» y sabía que le haría más daño para su futuro si le compraba ese juguete. Dios tampoco nos concederá lo que le pidamos, aunque le hagamos «berrinche», nos tiremos al piso y lloremos, gritemos, le reclamemos, hagamos lo que hagamos, si Dios sabe que no nos conviene, no nos lo va a conceder. 

Lo más difícil es cuando pedimos algo y Dios hace todo lo contrario, incluso permitiendo que algo malo suceda. Esta es una historia real, enviada por uno de nuestros usuarios, que ilustra exactamente la forma de responder de Dios a nuestras oraciones, y nuestro mal proceder a la hora de interpretar esas respuestas:

En una ocasión, cuando yo era estudiante, tenía un compromiso importante en la ciudad de San Miguel, en el oriente de El Salvador, y debía trasladarme desde San Salvador, la capital. Mi compromiso era a las tres de la tarde y mi salida, por otros compromisos previos, no podía ser antes de la una de la tarde. Tampoco tenía otro medio transporte disponible que no fuera el transporte público. Los buses normales tardaban tres horas en llegar de San Salvador a San Miguel, eso era mucho riesgo. Afortunadamente había un tipo de buses al que llamaban «bus especial», que iba directo hasta su destino, sin parar en ningún otro lugar, tardando solo dos horas en su recorrido. La gente decía que esos buses no corrían, volaban.  Eran solo dos buses de ese tipo en aquellos tiempos, y uno salía a la una de la tarde, justo el que yo necesitaba abordar. Así que tomé un taxi y le fui claro al conductor que necesitaba llegar a la terminal de buses a tomar justo ese bus; así que le pedí que buscara atajos o las rutas con menos tráfico para poder llegar justo a tiempo. Y comenzó la marcha… y comenzaron los problemas. Da la casualidad de que cuando uno va muy a prisa, como que los semáforos siempre están en rojo! Demasiado semáforo en rojo me fue impacientando y comencé a desesperarme. Le pedía a Dios que por favor pusiera cada semáforo en verde y que descongestionara la ruta por donde yo iba a pasar, pues me urgía llegar justo a la una de la tarde a la terminal de buses. Y Dios sí que me escuchó… escuchó mal, y puso todos los semáforos en rojo!. A partir del momento en que comencé a orar, ya no logré pasar ni un solo semáforo en verde, todos estaban en rojo!. Y comencé a enfurecerme y reclamarle a Dios por qué hacía todo lo contrario a lo que yo le pedía. No sé de dónde salía tanto vehículo, pero las calles estaban más congestionadas que de costumbre. Era el colmo de los colmos…

Llegué a la terminal de buses a la una y cuarto. Eran quince minutos de retraso y abordé el primer bus que encontré de salida hacia San Miguel, que obviamente no era el «especial». Pero tenía que suceder algo peor: el bus no tomó la ruta normal, sino que tomó otra que nos atrasaría aún más para salir de San Salvador. En ese momento exploté y le pregunté a un señor, que iba en mi mismo asiento, por qué no nos íbamos por la ruta de siempre sino que teníamos que ir a perder el tiempo por una ruta más larga. El señor muy amablemente me explicó que el problema era que el «bus especial», que había salido a la una de la tarde, se había incendiado unas cuadras abajo de la terminal de buses, y que había mucha gente quemada y el tráfico estaba cerrado por esa zona. En ese momento sentí como que un balde de agua fría se derramó sobre mi cuerpo. Se me hizo nudo la garganta y las lágrimas brotaron inconscientemente. Se me cortaba la respiración, sentía vergüenza, no podía ni siquiera levantar la cara. Era una sensación horrible la que sentía en ese momento. Mi compañero de viaje y de asiento me puso su mano sobre mi hombro y me preguntó qué me sucedía. Me preguntó si algún pariente mío iba en ese bus. Yo no podía articular palabra alguna para responderle. Estaba en estado de  shock. Era el bus que yo quería tomar y Dios no permitió que llegara a tiempo para impedir que viajara en él. Era la razón por la que Dios puso todos los semáforos en rojo e hizo que la ruta estuviera tan congestionada como para que no pudiera el taxi avanzar y llegar a tiempo.

Si Dios hubiera hecho justo lo que yo pedía, seguramente hubiera sido parte de la gente que resultó con quemaduras graves en ese accidente. Lo comprendí hasta después, aunque en el momento yo le reclamaba a Dios porque él hacía todo lo contrario a lo que yo le pedía.

Eso es lo que pasa, cuando las cosas suceden no las comprendemos, no entendemos el proceder de Dios, sino hasta después, y a veces «mucho» tiempo después. Por eso hay tanta gente resentida con Dios porque pidieron algo y Dios no les atendió o hizo todo lo contrario. Muchas veces Dios nos pone un obstáculo para salvarnos de un problema. O permite un problema para salvarnos de uno más grande. Tantas experiencias de personas que le pidieron a Dios que les permitiera casarse con quien querían en ese momento, y Dios provocó una separación antes de la boda. Impidió la boda… y viene el resentimiento. Mucho tiempo después se dieron cuenta que si se hubieran casado con la persona que querían, se hubieran metido en un infierno, pero que Dios no permitió que eso sucediera, por eso impidió una boda.

Dios siempre escucha, los que no escuchamos somos nosotros. Dios siempre hace lo que sabe que nos conviene, no lo que nosotros creemos que nos conviene…

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