Novena a San Pedro y San Pablo, apóstoles
Para la novena en honor a San Pedro y San Pablo, apóstoles, realizamos todos los pasos del 1 al 8; pero en el paso 3 seleccionamos y vamos a la reflexión del día correspondiente, luego regresamos al paso 4 para continuar con las oraciones de todos los días.
1. En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
2. Oración Inicial (todos los días)
Buen Jesús, yo creo que Tú eres el Señor de la vida. Yo creo que Tú has venido a reconciliar todas mis rupturas y que me amas hasta el extremo. Te pido que me ayudes a escuchar tu Palabra, a amarte más y seguirte como lo hicieron los Apóstoles.
3. Acto penitencial (todos los días)
(Realizar examen de conciencia en silencio…)
Te pido perdón Señor por todos mis pecados. ¡Son tantas las veces que te he fallado! Veo tu Corazón traspasado y sé que han sido mis propios pecados los que te han llevado a la muerte en la Cruz. Pero también sé que Tú has querido beber ese Cáliz para reconciliarme. Ayúdame Señor a amarte con todas mis fuerzas y con todo mi corazón
3. Reflexión para cada día (seleccionar día)
[ Primer día – Segundo día – Tercer día – Cuarto día – Quinto día – Sexto día – Séptimo día – Octavo día – Noveno día ]
4. Acción de gracias y peticiones personales (todos los días)
Gracias Señor por tu inmenso amor. Gracias por el inmenso don que nos concedes en la Iglesia, gracias porque nos has dejado a Pedro y sus sucesores y a los pastores que nos guían. En este día te pido especialmente por el Santo Padre y por todos los obispos de la Iglesia. Ayúdame a ser yo también un apóstol según mis capacidades y posibilidades. Amén.
(Pedir aquí lo que se desea obtener en este día por intercesión de San Pedro y San Pablo)
Rezar un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
5. Súplica a San Pedro (todos los días)
Pedro arrepentido,
Pedro el preferido del Señor,
Pedro el entusiasta por Cristo Jesús,
pídele al Señor me conceda un amor hacia el Salvador,
tan fuerte y tan generoso
como el amor que por Cristo Jesús ardió en tu gran corazón.
6. Súplica a San Pablo (todos los días)
Pablo, fervoroso Apóstol,
un favor te pedimos al recordar
tu fiesta de cada año:
suplícale a Dios que te imitemos
en tu inmenso amor a Jesucristo
y en tu deseo impresionante de salvar almas.
Que cada uno de nosotros pueda repetir
aquella tu frase famosa:
«Me desgasto y me desgastaré
por el bien de las almas y
por el Reino de Cristo Jesús».
7. Oración final (todos los días)
¡Oh Santos apóstoles Pedro y Pablo! Yo los elijo hoy y para siempre por mis especiales protectores y abogados; y me alegro humildemente tanto contigo, san Pedro, príncipe de los Apóstoles, porque eres la piedra sobre la cual edificó Dios su Iglesia; como contigo, san Pablo, escogido por Dios para vaso de elección y predicador de la verdad en todo el mundo. Alcánceme, les suplico, una fe viva, una esperanza firme y una caridad perfecta; atención en el orar, pureza de corazón, recta intención en las obras, diligencia en el cumplimiento de las obligaciones de mi estado, constancia en los propósitos, resignación a la voluntad de Dios y perseverancia en la divina gracia hasta la muerte; para que mediante sus intercesiones y sus méritos gloriosos, pueda vencer las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, me haga digno de presentarme ante el supremo y eterno pastor de almas Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, para gozarle y amarle eternamente. Amén.
8. En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Reflexión para el día primero:
“La solemnidad de san Pedro y san Pablo nos invita a revivir la fe de estos dos Apóstoles, columnas de la Iglesia, que hicieron de Cristo la pasión de su vida. Pedro, con la palabra y con la sangre, lo confesó ‘Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16). Pablo, una vez que se hubo convertido y trasformado en apóstol de los gentiles, fue conquistado por él hasta el punto de exclamar: ‘¡Para mí la vida es Cristo!’ (Flp 1, 21). Su recuerdo nos impulsa al compromiso de una fidelidad cada vez mayor y una unidad cada vez más profunda” (San Juan Pablo II, ángelus del 29 de junio de 1996).
(Regresa a oraciones de todos los días)
Reflexión para el día segundo:
“San Pedro y san Pablo, cada uno con su historia personal y eclesial, testimonian que, aun en medio de durísimas pruebas, el Señor no los abandonó nunca. Estuvo con Pedro para librarlo de las manos de sus enemigos en Jerusalén; estuvo con Pablo en sus continuos esfuerzos apostólicos, para darle la fuerza de su gracia, a fin de convertirlo en intrépido heraldo del Evangelio para bien de los gentiles (cf. 2 Tm 4, 17)” (De la homilía de San Juan Pablo II, 29 de junio de 1997).
(Regresa a oraciones de todos los días)
Reflexión para el día tercero:
“‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella’… El Apóstol es el depositario de las llaves de un tesoro inestimable: el tesoro de la redención. Tesoro que trasciende ampliamente la dimensión temporal. Es el tesoro de la vida divina, de la vida eterna. Después de la resurrección, fue confiado definitivamente a Pedro y a los Apóstoles: ‘Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’ (Jn20, 22-23)”.
“Quien posee las llaves tiene la facultad y la responsabilidad de cerrar y abrir. Jesús habilita a Pedro y a los Apóstoles para que dispensen la gracia de la remisión de los pecados y abran definitivamente las puertas del reino de los cielos. Después de su muerte y resurrección, ellos comprenden bien la tarea que se les ha confiado y, con esa conciencia, se dirigen al mundo, impulsados por el amor a su Maestro. Van por doquier como sus embajadores (cf. 2 Co 5, 14. 20), puesto que el tiempo del Reino se ha convertido ya en su herencia” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio de 1998).
(Regresa a oraciones de todos los días)
“En su misión apostólica, san Pedro y san Pablo tuvieron que afrontar dificultades de todo tipo. Sin embargo, lejos de debilitar su acción misionera, fortalecieron su celo en beneficio de la Iglesia y para la salvación de los hombres. Pudieron superar todas las pruebas porque su confianza no se basaba en los recursos humanos, sino en la gracia del Señor, quien, como recuerdan las lecturas de esta solemnidad, libra a sus amigos de todos los males y los salva para su Reino (cf. Hch 12, 11; 1 Tm 4, 18)”.
“Esa misma confianza en Dios debe sostenernos también a nosotros. Sí, el ‘Señor libra de todas las angustias’. Esta certeza debe infundirnos ánimo frente a las dificultades que encontramos al anunciar el Evangelio en la vida diaria. Que san Pedro y san Pablo, nuestros patronos, nos ayuden y nos obtengan el celo misionero que los hizo testigos de Cristo hasta los confines del mundo entonces conocido” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio de 1999).
(Regresa a oraciones de todos los días)
“La Iglesia de Cristo está edificada sobre la fe y sobre la fidelidad de Pedro. La primera comunidad cristiana era muy consciente de ello y, como narran los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro se encontraba en la cárcel, se reunió para elevar a Dios una oración ferviente por él (cf. Hch 12, 5). Fue escuchada, porque la presencia de Pedro era aún necesaria para la comunidad que daba sus primeros pasos: el Señor envió a su ángel para liberarlo de las manos de sus perseguidores (cf. Hch 12, 7-11)”.
“Estaba escrito en los designios de Dios que Pedro, después de confirmar por mucho tiempo en la fe a sus hermanos, sufriría el martirio aquí, en Roma, juntamente con Pablo, el Apóstol de las gentes, quien también había escapado muchas veces de la muerte” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio del año 2000).
(Regresa a oraciones de todos los días)
“Después de dos milenios, la ‘roca’ sobre la que está fundada la Iglesia sigue siendo la misma: es la fe de Pedro. ‘Sobre esta piedra’ (Mt 16, 18) Cristo construyó su Iglesia, edificio espiritual que ha resistido al embate de los siglos. Desde luego, sólo sobre bases humanas e históricas no hubiera podido resistir el asalto de tantos enemigos”.
“A lo largo de los siglos, el Espíritu Santo ha iluminado a hombres y mujeres, de todas las edades, vocaciones y condiciones sociales, para que se convirtieran en ‘piedras vivas’ (1 P 2, 5) de esta construcción. Son los santos, que Dios suscita con inagotable creatividad, mucho más numerosos que los que señala solemnemente la Iglesia como ejemplo para todos. Una sola fe; una sola ‘roca’; una sola piedra angular: Cristo, Redentor del hombre” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio del año 2001).
(Regresa a oraciones de todos los días)
Reflexión para el día séptimo:
“El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo”
«‘Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias’ (Sal 33, 5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio del año 2002).
(Regresa a oraciones de todos los días)
“San Pedro y san Pablo son ‘amigos de Dios’ de modo singular, porque bebieron el cáliz del Señor. A ambos Jesús les cambió el nombre en el momento en que los llamó a su servicio: a Simón le dio el de Cefas, es decir, ‘piedra’, de donde deriva Pedro; a Saulo, el nombre de Pablo, que significa ‘pequeño’. El Prefacio de hoy establece un paralelismo entre los dos: ‘Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; el pescador de Galilea fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel; el maestro y doctor la extendió a todas las gentes’…»
“Gracias a la humillación de la negación y al llanto incontenible que lo purificó interiormente, Simón se convirtió en Pedro, es decir, en la ‘piedra’: robustecido por la fuerza del Espíritu, tres veces declaró a Jesús su amor, recibiendo de él el mandato de apacentar su grey (cf.Jn 21, 15-17). La experiencia de Saulo fue semejante: el Señor, a quien perseguía (cf. Hch 9, 5), ‘lo llamó por su gracia’ (Ga 1, 15), derribándolo en el camino de Damasco. Así, lo liberó de sus prejuicios, transformándolo radicalmente, y lo convirtió en ‘un instrumento de elección’ para llevar su nombre a todas las gentes (cf. Hch 9, 15)” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio del año 2003).
(Regresa a oraciones de todos los días)
“‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16). Tras la pregunta del Señor, Pedro, también en nombre de los demás Apóstoles, hace su profesión de fe.
“En ella se afirma el fundamento seguro de nuestro camino hacia la comunión plena. En efecto, si queremos la unidad de los discípulos de Cristo, debemos recomenzar desde Cristo. Como a Pedro, también a nosotros se nos pide que confesemos que él es la piedra angular, la Cabeza de la Iglesia. En la carta encíclica Ut unum sint escribí: ‘Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad’ (n. 9)”.
“Ut unum sint! De aquí brota nuestro compromiso de comunión, en respuesta al ardiente deseo de Cristo. No se trata de una vaga relación de buenos vecinos, sino del vínculo indisoluble de la fe teologal, por el que estamos destinados no a la separación, sino a la comunión” (San Juan Pablo II, homilía del 29 de junio del año 2004).
Fuente: www.aciprensa.com