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Carta Encíclica Laetitiae Sanctae de León XIII Recomendando la Devoción al Santo Rosario

Un papa Mariano recomendando la Devoción al Santo Rosario.

Continuamos con nuestro estudio de las Encíclicas Marianas del papa León XIII. Toca el turno hoy a Laetitiae Sanctae, promulgada el 8 de septiembre e 1893, con la que sigue motivando al pueblo católico para que en ellos aumente la devoción hacia la Madre de Dios, María Santísima a través del rezo del Santo Rosario.

Resultados de las encíclicas anteriores

El papa comienza reconociendo los importantes logros conseguidos con sus Encíclicas Marianas anteriores (Supremi Apostoluatus, Salutaris Ille Spiritus), con las que se ha logrado, hasta 1893, un notable impulso a la Devoción del Santísimo Rosario, manifestado en:

  1.  El creciente número de Cofradías instituidas al efecto,
  2. La voluminosa literatura de obras piadosas y cultas escritas sobre el tema,
  3. Y los múltiples tributos que el arte cristiano no ha dejado de poner a su servicio. 

Motivado por ese fervor religioso mariano, al publicar esta encíclica en septiembre de 1893, el papa concede, como en años anteriores, indulgencias especiales para quienes recen el Santo Rosario en el mes de octubre, consagrado por él mismo, desde 1883, con la encíclica Supremi Apostolatus, como mes del Santo Rosario, y acentúa, en su nueva encíclica, las ventajas valiosas que podemos sacar de esta devoción popular.

El Rosario y la Sociedad

Porque nosotros estamos convencidos de que el Rosario, si se usa con devoción, está destinado a beneficiar no sólo al individuo sino a la sociedad en general.

Los favores obtenidos al rezar el Santo Rosario benefician a quien lo reza: crece en fe y en virtudes, consigue lo que a Dios pide por intercesión de María Santísima, se vuelve una mejor persona y un mejor católico. La devoción al Rosario también beneficia a la familia de quien reza o a la familia que reza unida, que se reúne en torno a un altar mariano para rezar juntos. Pero también beneficia a toda la sociedad. Millones de personas que rezamos a diario el Rosario en el mundo somos parte de una sociedad que ve cómo la intercesión de María Santísima, producto de quienes la invocamos con el Santo Rosario, consigue la paz en tiempos de guerra, la conversión de quienes hacen el mal, la transformación de sectores sociales y de gobiernos en personas más justas, que permiten a una comunidad vivir mejor. Y estos beneficios alcanzan incluso a aquellos que rechazan a la Madre de Dios, porque son parte de nuestra sociedad.

Lecciones de los misterios del Rosario

Al ser el Rosario una oración combinada con una devota meditación de la vida de Cristo y su Santísima Madre, tanto de los misterios gozosos como de los dolorosos y gloriosos, establecidos hasta ese año, el papa nos invita sacar de cada uno de ellos una lección objetiva para el crecimiento espiritual de cada devoto.

Misterios gozosos

Los misterios gozosos nos acercan a la familia de Nazareth para aprender de ella:

Pongámonos de pie frente a esa morada terrenal y divina de santidad, la Casa de Nazaret. ¡Cuánto tenemos que aprender de la vida cotidiana que se llevó entre sus muros! ¡Qué modelo perfecto de sociedad doméstica! Aquí contemplamos sencillez y pureza de conducta, perfecto acuerdo y armonía inquebrantable, el respeto y el amor mutuos, no del tipo falso y fugaz, sino del que encuentra tanto su vida como su encanto en la devoción al servicio. 

León XIII

Contemplar y meditar en cada uno de los misterios gozosos nos llevan a rescatar los valores de la familia, nos dice el papa. Cuánto bien hace en nuestros tiempos en que el modelo natural de la familia está siendo tan atacado y se pretende instaurar otro modelo que no es el ideal de Dios desde el principio de la creación.

Cuánto provecho podemos obtener cuando se reza el Rosario en familia y, al contemplar el primer misterio, pedimos para que cada miembro de esa familia aprenda a hacer la voluntad de Dios, como lo hizo María Santísima; o meditar, con el segundo misterio, sobre la alegría de servir unos a otros en la misma familia (María visitó a su prima) y al prójimo; orar también por el don de la vida, con el tercer misterio, pidiendo por los matrimonios que no pueden tener hijos, para que Dios les regale ese don y, por los que ya son padres, para que Dios les dé guíe y puedan ser padres que imiten a María y José en el ejercicio de su paternidad; reflexionar y orar por el cumplimiento de la ley de Dios en la familia, con el cuarto misterio, para que Dios les conceda la alegría de asistir juntos a la Iglesia y vivir los sacramentos en familia. O, finalmente, orar para que cada miembro de la familia se dedique plenamente a cumplir sus obligaciones con Dios, con el quinto misterio. Esto solo por sugerir algunas ideas de oración con cada misterio gozoso.

En fin, como lo dice el papa León XIII, tenemos mucho que aprender de la familia de Nazareth y a eso nos lleva la contemplación devota de cada uno de estos misterios gozosos.

Misterios dolorosos

Parece que la generación de finales del siglo XIX no fue tan diferente a la nuestra en cuanto a su postura respecto al dolor.

El papa se queja de un mal pernicioso que produce en las almas la «repugnancia al sufrimiento y el afán de escapar de todo lo que es duro o doloroso para soportar» y buscan eliminar todo lo desagradable y doloroso y sustituirlo por lo agradable. 

Por este deseo apasionado y desenfrenado de vivir una vida de placer, las mentes de los hombres se debilitan, y si no sucumben por completo, se desmoralizan y se acobardan miserablemente y se hunden bajo las penalidades de la batalla de la vida

Papa León XIII

Ante tal realidad, el papa afirma que el rezo de los misterios dolorosos es un poderoso medio de renovar nuestro valor si desde nuestra infancia nos acostumbramos a meditar en los misterios dolorosos de la vida de Jesús, quien con su ejemplo nos enseña a abrazar con generosidad y voluntad los sufrimientos más duros de soportar.

En los misterios dolorosos contemplamos esos episodios terribles en los que el hombre se vuelve juez injusto y condena a quien le trae la salvación, recorriendo desde el momento de la oración en el huerto, pasando por su flagelación, su coronación de espinas, y luego lo vemos cargando con su cruz hasta morir en el calvario. Y todo lo sufrió con amor, voluntariamente, por nuestra redención, enseñándonos que el dolor tiene un valor redentor si lo unimos a su pasión, muerte y resurrección.

También de nuestra Madre Santísima aprendemos a abrazar la cruz de cada día:

Aquí también contemplamos el dolor de la Santísima Madre, cuya alma no sólo fue herida sino «atravesada» por la espada del dolor, para que fuera nombrada y se convirtiera en verdad en «la Madre de los Dolores»

Rezar estos misterios y meditar en ellos nos enseña y nos lleva a aceptar que, si nos llamamos «cristianos», tenemos que ser otros Cristos y no vacilar en seguir sus huellas, haciendo y sufriendo grandes cosas con la paciencia que se obtiene de la ayuda de su gracia; una paciencia «que no elude una prueba porque sea dolorosa, sino que la acepta y la estima como una ganancia, por dura que sea soportarla.» 

Misterios gloriosos

El rezo y meditación de los misterios gloriosos nos obtiene, en primera instancia, un desapego a las cosas de la tierra para dirigir nuestra mirada al cielo, a un futuro en la gloria con Cristo Jesús. Nos conduce a entender que «esta vida no es un hogar sino una morada, no nuestro destino, sino una etapa en el viaje.» La carta a los hebreos nos recuerda que «»no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13,14).

Estas afirmaciones del papa León XIII deben penetrar muy profundamente en los hombres de nuestros tiempos, perseguidores de los bienes terrenos, buscadores de la eterna juventud y de una estabilidad y felicidad sin Dios aquí en la tierra. Por eso se afanan en trabajar arduamente, sin mucho descanso, porque las aspiraciones materiales son cada vez mayores. Esa dedicación de mucho tiempo a las actividades laborales deja sin espacio a las prácticas religiosas y la búsqueda de Dios. 

Cristo nos manda, es verdad, a buscar el Reino de Dios, y en primer lugar, pero no de tal manera que descuidemos todo lo demás. Porque el uso de los bienes de la vida presente, y el justo goce que proporcionan, pueden servir tanto para fortalecer la virtud como para recompensarla. El esplendor y la belleza de nuestra habitación terrenal, que ennoblece a la sociedad humana, pueda reflejar el esplendor y la belleza de nuestra morada que está arriba. 

De los bienes terrenos nos deben servir para conseguir los bienes celestiales, nunca para entorpecer nuestra búsqueda de Dios, porque la vida en el cielo será la única que nos proporcione la felicidad eterna.

El rezo y meditación de los misterios gloriosos nos ayudan a hacer este tipo de valoraciones ya que «son los medios por los cuales en el alma del cristiano se derrama una luz clarísima sobre los bienes, ocultos a los sentidos, pero visibles a la fe.»

De ellos aprendemos que la muerte no es una aniquilación que acaba con todas las cosas, sino simplemente una migración y un paso de vida en vida. Por ellos se nos enseña que el camino al cielo está abierto para todos los hombres, y cuando contemplamos a Cristo ascendiendo allí, recordamos las dulces palabras de su promesa: «Voy a preparar un lugar para vosotros».

El rezo de los misterios gloriosos nos lleva a descubrir la verdadera relación entre el tiempo y la eternidad, entre nuestra vida en la tierra y nuestra vida en el cielo. Nos hace dirigir nuestra mirada hacia arriba, hacia la patria celestial y anhelar, como muchos santos lo han hecho, los bienes del cielo.

Que las lecciones que nos deja el Santo Rosario sirvan para fomentar en nuestros hogares esta piadosísima devoción y que obtengamos de María Santísima el cumplimiento de sus promesas.

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