Las virtudes teologales
Hemos visto ya las generalidades sobre las virtudes infusas y adquiridas. Sabiendo que las infusas se dividen en teologales y morales, veamos ahora las nociones generales sobre las teologales (fe, esperanza y caridad), dejando para publicaciones posteriores una profundización sobre cada una de ellas. Siendo tan importantes estas virtudes para conducirnos a Dios, es de vital importancia que profundicemos, todos los cristianos, en cada una de ellas.
«Son las virtudes más importantes de la vida cristiana, base y fundamento de todas las demás. Su oficio es unirnos íntimamente a Dios como Verdad infinita, como Bienaventuranza suprema y como sumo Bien en sí mismo. Son las únicas que dicen relación inmediata a Dios; todas las demás se refieren inmediatamente a cosas distintas
de Dios. De ahí la suprema excelencia de las virtudes teologales» (Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana I).
Las Sagradas Escrituras hacen constar la existencia de estas tres virtudes teologales:
- 1 Cor. 13, 13: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.»
- 1 Tes 5, 8: «Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación.»
- Ibid 1, 3: «Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.»
En el Catecismo de la Iglesia encontramos lo que el Magisterio nos enseña al respecto:
«Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino… Fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13) 1» 1.
Como la gracia santificante no es inmediatamente operativa, necesita principios operativos sobrenaturales para crecer y desarrollarse hasta llegar a su perfección. De estos principios, unos se refieren directamente a Dios (virtudes teologales) y otros a los medios que nos conducen a él (virtudes morales infusas).
Diremos entonces que las virtudes teologales «Son el dinamismo operativo de la gracia y constituyen por ello las actitudes fundamentales del hombre en la nueva vida que se le ha otorgado en Cristo« 2. Yves Congar las define como «hábitos infusos, producidos en nosotros por la gracia y orientados hacia Dios mismo, que nos salva en Jesucristo» 3.
Por las virtudes teologales la gracia crece y se desarrolla en nosotros para llegar a la perfección. Se diferencian de las morales en que están referidas directamente a Dios, tienen como origen, motivo y objeto a la Santísima Trinidad (por eso se llaman «teologales»), mientras que las morales nos sirven como medios que para conducirnos a Dios y tienen por objeto a seres creados. Las teologales son superiores, por lo mismo, a las morales.
Por la «providencialidad divina sobrenatural», en el plano natural Dios provee a cada ser de las formas y virtudes necesarias para que pueda moverse y obrar los actos conformes a su naturaleza y obtener un bien natural. No podría ser menos en el plano sobrenatural, Dios infunde las formas o cualidades sobrenaturales en aquellos que El mueve a conseguir el bien sobrenatural. Para conseguir llegar a Dios, él infunde en nosotros las virtudes teologales.
Por ser sobrenaturales, es Dios quien las infunde en el alma y su existencia es conocida únicamente por la revelación. Su fundamento es la «participación en la naturaleza divina» (2 P 1, 4) y son posibles con la gracia divina, sin que pueda el hombre alcanzarlas por sus propias fuerzas ni conservarlas con su esfuerzo personal.
Hablando de estas tres virtudes, San Pablo dice que: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor. 13, 13). La fe nos da a conocer a Dios y nos une con Él; la esperanza nos eleva hasta Dios, en cuanto que es un bien para nosotros, y nos hace desear los bienes del cielo; la caridad nos une en amor con Dios. Después de la muerte personal o al final de los tiempos, cuando ya estemos cara a cara con Dios, no necesitaremos la fe porque todo aquello en lo que hasta hoy creemos lo tendremos cara a cara y nos será todo transparente; la fe se transformará en visión. Tampoco vamos a necesitar esperar, porque todo aquello que esperábamos ya lo vamos a tener frente a nosotros (la esperanza se transformará en cumplimiento). Pero el amor, ese prevalecerá porque tanto amamos a Dios en esta vida como lo amaremos también en la otra.
Al tratar sobre las virtudes infusas y adquiridas, hemos explicado que la fe y la esperanza subsisten aunque hayamos caído en pecado mortal, no así la caridad; ésta desaparece y se recupera cuando restablecemos en nosotros el estado de gracia. Pero, aunque la fe y la esperanza puedan existir en el alma y traducirse en actos, aún estando ausente la gracia santificante y la caridad, en tal caso esas virtudes no son más que simples aptitudes para actos que suspiran por aquella vida sobrenatural de que están privados, actos que claman para que el alma obtenga la vida sobrenatural. Son virtudes informes, es una fe y esperanza muertas. 4
Por eso es necesario insistir en que el estado de gracia debe recuperarse lo más pronto posible. Al caer en pecado mortal debemos acudir de inmediato a un ministro para confesarnos. El sacramento de la reconciliación no es algo que se pueda dejar para mañana sabiendo que el pecado mortal hace desaparecer en nosotros la caridad y deja a la fe y la esperanza muertas. Estas dos virtudes, sin la caridad, son imperfectas, pues no son virtudes en sentido pleno sino por la caridad; aunque hablemos de las tres virtudes por separado y las estudiemos así, se trata siempre de la caridad que cree y espera; aunque sí son de sume importancia (la fe y la esperanza sin la caridad) para aquellos que se encuentran en el camino de la conversión y que aún no han sido bautizados. 5
En publicaciones posteriores estudiaremos en detalle cada una de estas virtudes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Catecismo de la Iglesia Católica No 1812-1813.
2. José Antonio Sayés, Teología para nuestro tiempo, la fe explicada, III Ed., San Pablo, México D. F., 2000, p. 162
3. Yves Congar, Vocabulario Ecuménico, Barcelona, Editorial Herder, 1972, p.24
4. Cf. Haring, Bernhard, La Ley en Cristo II, Editorial Herder, Barcelona, 1968, p. 36
5. Cf. Ibid.