Hablaremos aquí sobre la fe como virtud teologal. La fe carismática ya la hemos explicado en otro apartado.
Qué es la fe
El Catecismo dice que «La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma.» 1
Antonio Royo Marín dice que «La fe es una virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinamente reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela» 2
Juntando ambas definiciones, la fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado. Asentimos firmemente a esas verdades reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que no puede engañarse ni engañarnos.
Para el que cree, acepta todas las verdades reveladas, sin oposición alguna, por la simple y sencilla razón de que es Dios quien las ha revelado, y ahí muere la discusión. Y si en algún momento surgiera algo que no entiende, simplemente hace como la Santísima Virgen María: «guardarlas en el corazón.» Cuando María no entendía algo, no las cuestionaba, simplemente las guardaba en su corazón porque estaba plenamente segura de que Dios no podía equivocarse en nada de lo que hacía (Cf. Lc. 2, 49-52).
«El asentimiento a las verdades de la fe es de suyo firmísimo y ciertísimo, fundado en la autoridad de Dios que revela. Pero como las verdades reveladas permanecen para nosotros obscuras[…], ha de intervenir la voluntad, movida por la gracia, para imponer al entendimiento aquel asentimiento firmísimo; no por la evidencia intrínseca de que carecen para nosotros aquellas verdades, sino únicamente por la autoridad infalible de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. En este sentido, el acto de fe es libre, sobrenatural y
meritorio.» 3
Es que para el que quiere creer, ninguna explicación es necesaria. Para el que se resiste a creer, ninguna explicación es suficiente.
Es Dios quien ha revelado las verdades de nuestra fe. Al revelarnos su vida íntima y los grandes misterios de la gracia y la gloria, Dios nos hace ver las cosas desde su punto de vista divino, tal como Él las ve. De ese modo el que cree puede entender verdades que jamás hubiera podido llegar a comprender naturalmente ninguna inteligencia humana ni angélica.
«La fe es la prueba de las realidades que no se ven,» 4 es incompatible con la visión intelectual o sensible, por lo que resulta imposible pasarla por el laboratorio científico. Ahora vemos todo como en un espejo, pero al estar en el cielo, por la visión beatífica, veremos cara a cara todo aquello en lo que hemos creído,5 por lo que la fe ya no será necesaria, desaparecerá, junto con la esperanza, y permanecerá la caridad. 6
Pecados contra la fe
Para ello examinaremos los numerales 2088-2089 del Catecismo de la Iglesia Católica.
1- La duda
Según el Catecismo de la Iglesia Católica (2088), hay dos tipos de dudas:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. El cristiano voluntariamente decide poner en duda la veracidad de las verdades reveladas por Dios.
La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
2- La incredulidad
Es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento.
El Catecismo (n. 2089) enumera 3 tipos de pecados de incredulidad:
Herejía: Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma
Apostasía: es el rechazo total de la fe cristiana por parte de un bautizado.
No se trata, como en la herejía, de rechazar una o varias verdades de fe, sino de rechazar la fe cristiana en su totalidad. Es un pecado grave; la revelación y la tradición son muy severas con la apostasía (2 Pe 2,20-21; 2 Tim 2,12).
Cisma: el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.7
Crecimiento en la fe
Royo Marín, en su Teología de la Perfección Cristiana, nos da algunas recomendaciones para cuidar y aumentar nuestra fe:
El principal cuidado, tanto para principiantes como avanzados, con relación a su fe ha de ser nutrirla y fomentarla para que no se pierda o corrompa. Para ello es aconsejable:
1- Pedir en oración: sabiendo que la fe es un don gratuito de Dios, que nadie puede merecer, mediante la oración el cristiano puede pedir al Señor que le conserve siempre en su alma esa divina luz que nos enseña el camino del cielo en medio de las tinieblas de nuestra ignorancia. Constantemente debe hacer uso de la jaculatoria del Evangelio: «Creo, Señor; pero ayuda tú a mi poca fe» 8.
2. Rechazar todo cuanto pueda representar un peligro para su fe: No se puede jugar con fuego; para no poner en riesgo la fe, es mejor evitar las lecturas peligrosas o imprudentes, en las que se enjuician con criterio anticristiano o mundano las cosas de la fe o de la religión en general.
También debe evitarse la soberbia intelectual, mediante la cual, creyéndose muy listo o inteligente, puede pretender comprenderlo todo y buscarle otra explicación a las verdades de la fe. Jesús nos dejó claro qué sucede con este tipo de personas: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla» 8
3. Estudiar: para extender y aumentar la fe, tanto el principiante como el avanzado debe dedicarse a estudiar y profundizar cada vez más las verdades reveladas por todos los medios a su alcance, tales como el catecismo, libros de formación religiosa, homilías, conferencias, biografías de grandes santos que nos muestran cómo se vive la fe, las Sagradas Escrituras, etc.
4- Ver a Dios a través del prisma de la fe, sin tener para nada en cuenta los vaivenes de nuestro sentimiento o de nuestras ideas antojadizas. Dios es siempre el mismo, infinitamente bueno y misericordioso, sin que cambien su naturaleza los consuelos o arideces que experimentemos en la oración, las alabanzas o persecuciones de los que nos rodean, los sucesos prósperos o adversos de que se componga nuestra vida.
5- Hemos de procurar que nuestras ideas sobre los verdaderos valores de las cosas coincidan totalmente con las enseñanzas de la fe, a despecho de lo que el mundo pueda pensar o sentir.
Terminemos esta exposición sobre la fe, elevando nuestra mirada al cielo para clamar desde el corazón: «Señor, yo creo, pero aumenta mi poca fe».
1- Catecismo de la Iglesia Católica n. 1814.
2- Royo Marín, Antonio, Teología de la Perfección Cristiana, BAC, Madrid, 1962, p. 434.
3- Ibid
4- Hebreos 11,1.
5- 1 Corintios 13, 12.
6- 1 Corintios 13, 8
7- CIC can. 751.
8- Mc. 9,23
9- Mt. 11, 25