La fe no es una mera aceptación (asentimiento) intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y que me ama, es adhesión a un «Tú» que me da esperanza y confianza…
La Fe
Ahora queremos hacer una reflexión sobre la Fe como virtud teologal y la Fe carismática. Analizaremos nuestra realidad de fe ante el mundo afectado por la tecnología y los avances científicos.
1. La fe en el mundo de hoy
En octubre del 2012, cuando comenzaba el Año de la Fe, el Papa Benedicto XVI hacía énfasis en las dificultades que presenta el mundo de hoy para la fe: ¿Tiene sentido la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto nuevos horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy en día?
En efecto, la ciencia y la tecnología van dando respuesta a muchas cosas que antes de la era de la tecnología eran inexplicables. La ciencia nos está haciendo mirar hacia el horizonte (las cosas terrenas) y no hacia arriba, al cielo. Un cierto tipo de cultura nos ha educado a movernos sólo en el horizonte de las cosas, en aquello que es posible, a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Todo lo queremos comprobar, lo cuestionamos todo.
En efecto, dice el Papa Benedicto XVI, en nuestro tiempo es necesaria una educación renovada en la fe que cubra dos realidades:
a) En primer lugar, que nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en Él, de modo que abrace toda nuestra vida
b) En segundo lugar, que abarque el conocimiento de las verdades de la fe (contenidas en el catecismo) y de los acontecimientos de la salvación (contenidas en la Biblia y la Tradición)
Si no se tiene una experiencia profunda de Dios, si no se ha experimentado su amor (que no tiene medidas) en nuestra vida, la realidad actual hace difícil creer, tener fe en Dios. Aunque conozcamos de memoria todas las verdades de la fe y los acontecimientos de la salvación, sin una experiencia personal de Dios se complica el creer en Él.
2. Qué es la fe
La carta a los hebreos insiste particularmente en la fe de Abraham, que obedeció y salió para el lugar que iba a recibir en herencia, aún sin saber a dónde iba. Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb11,1). Porque creyó fue hecho padre de todos los creyentes (Cf CEC 144-145)
La fe no es una mera aceptación (asentimiento) intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y que me ama, es adhesión a un «Tú» que me da esperanza y confianza. No es solo decir «creo», tengo fe, y recitar el credo y saberse de memoria todas las verdades de la fe; es una entrega sin condiciones, un abandono total en Aquel en quien creemos y que nos amó primero y nos lo demostró en la Cruz.
La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar nuestra realidad, brindándonos la posibilidad de la salvación.
Creer es confiarse libremente y con alegría al plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, como lo hizo María de Nazaret. La fe es, pues, un consentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de sentido, que la hace nueva, rica de alegría y esperanza fiable.
Tener fe, entonces, es encontrar a ese «Tú,» a Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no sólo aspira a la eternidad, sino que la da; es entregarme a Dios con la actitud confiada de un niño, que sabe que todas sus dificultades y todos sus problemas están a salvo en el «tú» de la madre o el padre. La fe de un niño no está exenta de preguntas, es más, hay niños que preguntan y preguntan porque quieren saber, pero con la sencillez de un niño, no con la malicia de un adulto que si no pregunta con la sencillez de un niño, lo hace porque se las lleva de sabiondo, con afán de confundir o presumir su inteligencia. La fe no anula la razón, no significa que no se pueda pensar. Pero hay que saber que para el que quiere creer, ninguna explicación es necesaria, para el que se resiste a creer, ninguna explicación será suficiente.
3. Características de la fe
La fe que profesamos tiene dos características:
a) Es un don de Dios, una gracia
b) Es un acto puramente humano y libre.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice claramente: «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre». (n. 154).
El Concilio Vaticano II afirma: «para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, y son necesarios los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da «a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad» (Constitución dogmática. DV, 5).
La fe es una gracia, un regalo de Dios que nos fue dado en el bautismo, pero requiere nuestro asentimiento. Requiere que nosotros, en un acto puramente humano y libre aceptemos las verdades de la fe. Es una gracia, un regalo de Dios; pero requiere que nosotros nos abramos a recibir ese don.
Si la fe es un regalo de Dios, entonces podríamos cuestionarnos por aquellos que no creen, aquellos que, o no tienen fe o tienen poca. Cuestionaríamos y pensaríamos que Dios quizá no les regaló fe o les dio muy poca. No es cierto. Dios nos regala fe, pero somos nosotros libremente los que la aceptamos y la hacemos crecer.
4. La Fe Teologal y Fe Carismática
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma (CEC 1814). Pero San Pablo nombra la fe carismática cuando enumera carismas en 1 Co 12,9 y poco después la identifica con la que Jesús recomienda con frecuencia: “Aunque tuviera toda la fe como para trasladar montañas” (1 Co 13,2; cf Mt 17,20; 21,21).
El carisma de fe no es lo mismo que la virtud de la fe. Cuando Jesús dice: «Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá” y la montaña se trasladaría» (Mt.17,20), está refiriéndose a la fe carismática. Cuando San Pablo en la armadura de un soldado de Cristo pone el escudo de la fe que para los dardos incendiarios del adversario (Ef.6,16), está aludiendo a lo mismo que Jesús había dicho: “Estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar las serpientes con sus manos y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán” (Mc.16,18). Se comprende que estos efectos carismáticos no están asociados a la fe teologal sino a la fe carismática.
ABREVIATURAS: CEC: Catecismo de la Iglesia Católica; DV: Dei Verbum
BIBLIOGRAFÍA: Benedicto XVI, Porta Fidei, 2011; Benedicto XVI, Catequesis Octubre de 2012; Conciclio Vaticano II; Catecismo de la Iglesia Católica