Es un hábito sobrenatural infundido con la gracia por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en relación a Dios, su creador.
El don de ciencia
1. Definición
Si hay un don del Espíritu Santo que nos lleva a valorar la creación de Dios, es el de ciencia. Muy necesario para cuidar de la «casa común», para aprender a valorar, respetar y cuidar todo aquello que Dios ha creado y puesto a nuestra disposición.
Por el don de ciencia juzgamos rectamente de las cosas creadas en relación a Dios, su creador. Con una observación de las cosas creadas, iluminados por la acción del Espíritu Santo, podemos descubrir a Dios, su creador: «Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de las cosas creadas» (Rm 1,20)
El don de Ciencia es un hábito sobrenatural por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en relación a Dios, su creador. Nos da a conocer las cosas creadas en sus relaciones para con Dios.
Si Adán no hubiese pecado, todos seríamos capaces, sin auxilio alguno, de ver a todas las cosas creadas como una especie de sagrario de las divinas perfecciones y por ellas adoraríamos a Dios, su creador. Por la acción del Espíritu Santo, sin esfuerzo alguno y en un solo instante, podemos ver cómo todas las cosas dependen de Dios y nos llevan a él. Los grandes santos, que han dejado obrar en ellos el don de ciencia, lo han conseguido a la perfección.
El don de ciencia perfecciona la virtud de la fe y nos lleva a estimar rectamente la presente vida temporal en orden a la vida eterna. Es un conocimiento diferente al adquirido por la ciencia filosófica o teológica, por las cuales deducimos las cosas a partir del razonamiento natural. El don de ciencia nos da un conocimiento sobrenatural procedente de una ilustración especial del Espíritu Santo, que nos descubre y hace apreciar rectamente la relación de las cosas creadas con Dios, su creador. Por el don de ciencia, el hombre no procede por la razón, sino que juzga rectamente de todo lo creado por un impulso superior y una luz más alta que la simple razón iluminada por la fe.
El don de Ciencia, junto con el de entendimiento y sabiduría, se parecen, en tanto que los tres inciden en la razón, en cuanto que nos dan conocimiento; pero hay una gran diferencia entre los tres. Por el don de entendimiento captamos y penetramos las verdades reveladas (por ejemplo al leer la Biblia) por una profunda intuición sobrenatural, pero sin emitir juicio sobre ellas. Por el don de ciencia, por impulso especial del Espíritu Santo juzgamos rectamente de las cosas creadas en relación a su creador. El don de sabiduría juzga rectamente de las cosas divinas, no de las creadas. O sea, el don de ciencia juzga lo creado, el don de sabiduría juzga las cosas divinas. Ambos tienen algo en común: los dos nos hacen conocer a Dios y a las criaturas. Pero cuando conocemos a Dios por las criaturas, estamos hablando del don de ciencia; cuando se juzga de las criaturas por el gusto y conocimiento que se tiene de Dios, entonces nos referimos al don de sabiduría. La ciencia nos lleva a conocer a Dios por las criaturas. La sabiduría nos lleva a conocer sobre las criaturas por el conocimiento que tenemos de Dios.
El don de ciencia nos lleva a juzgar cómo las cosas creadas nos pueden llevar al conocimiento de Dios y acercarnos a Él, pero también nos advierte de cómo las criaturas nos pueden apartar de Dios. Da al hombre el recto juzgar en ambos sentidos. Las cosas creadas nos pueden acercar a Dios: un sacerdote, un padre de familia, una persona que nos da un buen consejo. También podemos tener una bonita experiencia al contemplar la naturaleza y admirar a Dios por las maravillas de su creación, según aquello de San Pablo: «Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas» (Rom. 1,20). Por eso San Francisco tenía un profundo respeto por la naturaleza y llamaba «hermanos» a los seres creados. Pero también las criaturas nos pueden alejar de Dios: una mala compañía, un inconverso en la familia que se opone a la perseverancia en la Iglesia, el alcohol, la droga, la televisión, etc. El don de ciencia nos ayuda a usar bien de lo creado y saber lo que nos aleja o nos acerca a Dios.
Por este don juzgamos rectamente sobre el uso de las criaturas, su valor, utilidad o peligro en orden a la vida eterna. El objeto del don de ciencia son, pues, las cosas creadas, en cuanto que nos llevan a Dios.
2. Necesidad de este Don
Este don es sumamente útil y necesario para los simples fieles, y especialmente para los sacerdotes y los religiosos por las siguientes razones:
a. Nos despega de las criaturas mostrándonos cuán vanas son en sí, incapaces de hacernos felices, y aún dañinas, porque tienden a pervertimos atrayéndonos a sí, y embobándonos para apartarnos de Dios. Una vez desasidos de ellas, nos elevamos mejor hasta el único que puede saciar los deseos de nuestro corazón, que es Dios, y no su creación.
b. Nos enseña a usar debidamente de las criaturas, haciendo de ellas peldaños para subir hasta Dios. Por natural instinto deseamos gozar, y somos tentados de poner en los goces nuestro fin; por eso es necesario el don de Ciencia para que en las cosas creadas no veamos sino lo que Dios puso en ellas, y de este pálido reflejo de las bellezas divinas, subimos hasta la belleza infinita.
3. Efectos
- Nos enseña a juzgar rectamente de las cosas creadas en relación a Dios. Es lo propio de este don. Nos ayuda a descubrir la huella de Dios en la creación. Por lo creado nos lleva al creador. Pero también nos hace ver el vacío de las criaturas, de su nada; por eso grandes santos como Santo Domingo, llegaron a sentir dolor por la suerte de los pobres pecadores. Nos hace sentir dolor por una persona que fallece en pecado mortal, al saber que, lo más probable, es que su alma se pierda en el infierno.
- Nos guía certeramente acerca de lo que debemos creer y no creer. Las almas en las que el don de ciencia actúa intensamente, tienen instintivamente el sentido de la fe. Sin haber estudiado teología ni otras ciencias religiosas, se dan cuenta en el acto si una devoción, una doctrina, un consejo o una máxima cualquiera están de acuerdo o en oposición a la fe. Aunque no sepan las razones, lo entienden perfectamente.
- Nos inspira el modo más acertado de conducirnos con el prójimo en orden a la vida eterna. Por este don, un predicador conoce lo que debe decir a sus oyentes, y cómo debe exhortarles para llevarlos a la conversión. Una persona que dirige a un grupo de oración o una comunidad conoce el estado de las almas que dirige, sus necesidades espirituales, los obstáculos que se oponen a su perfección, lo que Dios obra en ellas y lo que deben hacer de su parte para colaborar con Dios y cumplir sus designios. Un padre de familia, por este don, es capaz de saber cómo conducir su hogar para llevarlo a Dios.
- Nos desprende de las cosas de la tierra. Nos lleva a comprender que todas las criaturas son como si no fueran delante de Dios. El alma pasa por las criaturas sin verlas para no detenerse sino en Cristo. Este don nos hace quitar nuestra mirada en el dinero para ponerla en Dios. Nos hace despreocuparnos tanto por lo material, porque todo es nada comparado con Dios (El oro solo es un mineral que brilla). Llegamos a comprender de las cosas creadas: su fragilidad, su vanidad, su escasa duración su impotencia para hacernos felices y el daño que el apego a ellas puede acarrearle al alma.
- Nos enseña a usar debidamente de las criaturas, haciendo de ellas peldaños para subir hasta Dios. Este efecto es complementario del anterior: de las cosas creadas no solo debemos desprendernos, sino usarlas como escalas para llegar a Dios. La creación nos conduce a Dios, de Él nos hablan y a Él nos llevan cuando las usamos correctamente. Por el don de la ciencia, lejos e encontrar obstáculos en las criaturas para acercarnos a Dios, las usamos como palancas y así nos ayudan para hacerlo con más facilidad.
4. Medios para fomentar este don
- Considerar la Vanidad de las cosas creadas. Constantemente meditar en lo poco que valen las cosas creadas en relación a su creación. Vanidad de vanidades.
- Acostumbrarse a relacionar con Dios todas las cosas creadas. No descansar en las criaturas, sino pasar a través de ellas hasta Dios. Esforzarnos por ver en todas las cosas la huella de Dios.
- Oponerse enérgicamente al Espíritu del mundo. El mundo nos ofrece la felicidad en las criaturas. Hay que huir de las reuniones mundanas. No asistamos a espectáculos saturados o influenciados por ambientes malsanos del mundo, donde se hablan y afirman cosas contrarias al Espíritu de Dios.
También puede interesarte:
- Los dones del Espíritu Santo (generalidades)
- Don de Sabiduría – Don de Inteligencia (Entendimiento) – Don de Consejo – Don de Fortaleza – Don de Piedad – Don de Temor de Dios.
Fuentes: Royo Marín, Fr. Antonio,Teología de la Perfección Cristiana Tomo 2, BAC, Madrid, 1962; Tanquerey Adolphe, Teología Ascética y Mística, II Edición, Ediciones Palabra, Madrid; Schmaus, Michael, Teología Dogmática V La Gracia Divina; Catecismo de la Iglesia Católica