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Don de Fortaleza

El Don de Fortaleza lleva a la perfección la virtud moral del mismo nombre (fortaleza), haciendo que el hombre se mantenga firme aún en las mayores dificultades y horrores de la vida.

El don de fortaleza

El Don de Fortaleza lleva a la perfección la virtud moral del mismo nombre (fortaleza), haciendo que el hombre se mantenga firme aún en las mayores dificultades y horrores de la vida, disponiéndolo incluso al martirio para conservar su estado de cristiano, siempre que no haya otra posibilidad de conservar ese estado y no se pueda dar otro testimonio de Cristo. Este es también el don que lleva a los grandes místicos (santos) a aceptar el sufrimiento o purgatorio terrenal para lograr su perfección cristiana.

Por este don conseguiremos fortalecernos ante el miedo y cumplir fielmente nuestras obligaciones cristianas, aún aquellas tareas más arduas y enfrentar los peligros sin quejarnos.

1. Definición

Es un don que perfecciona a la virtud de la fortaleza dando al alma fuerza y energía, por instinto del Espíritu Santo, para practicar toda clase de virtudes heroicas con una confianza invencible en superar toda clase de peligros o dificultades que puedan surgir.

El don de fortaleza viene en auxilio, no solo de la virtud de la fortaleza, sobre la que recae directamente su acción, sino también sobre todas las demás virtudes, que requieren de una fortaleza de alma verdaderamente extraordinaria para llegar al grado de heroísmo, que no podría conseguirse con la sola virtud abandonada en sí misma.

Este don infunde en el alma y en el cuerpo una disposición habitual para hacer y sufrir cosas extraordinarias y soportar penas, dolores y hacer trabajos rudos de una manera heroica. Esa es la fuerza que recibieron los grandes cristianos que han dado testimonio de su fe en Cristo llegando incluso a aceptar con valentía el mismo martirio.

Para entender mejor este don, es necesario establecer bien la diferencia entre la virtud de la Fortaleza y el Don de Fortaleza. Aunque es un tanto complicado definir exactamente dónde termina su acción la virtud y  dónde comienza el del don, hay algunas consideraciones que nos ayudan en esta tarea:

Como las virtudes actúan al modo humano y los dones al modo divino, la virtud de la fortaleza nos robustece para sobrellevar cualquier dificultad, pero la confianza plena e invencible de que superaremos esas dificultades o peligros nos viene solo del don de la fortaleza. 

Aclaremos que hay una fortaleza natural o adquirida que robustece al alma para enfrentar los grandes peligros de la vida. De cualquier persona, incluso no bautizada, podemos decir que es fuerte o débil, valiente o temerosa. Hay muchos héroes paganos, muy fuertes, pero no sin sentir cierto temblor, ansiedad o miedo al reconocer también en ellos la flaqueza de las propias fuerzas, únicas con las que cuentan. La virtud de la fortaleza añade a esa fuerza natural un apoyo divino, que, por venir de Dios, que es invencible, nos da mayor seguridad; pero aún esa fortaleza se conduce en su ejercicio al modo humano, que no acaba de quitarle del todo el miedo o temblor al alma.  El don de fortaleza, en cambio, por actuar al modo divino, le hace sobrellevar los mayores males y exponerse a los más inauditos peligros con gran confianza y seguridad, por cuanto la mueve el propio Espíritu Santo no mediante el dictamen de la simple prudencia, sino por la altísima dirección del don de consejo, o sea, por razones enteramente divinas. Con el don de la fortaleza ya no incide la razón ni la fuerza humana, sino que es Dios el que toma el control de la situación y lleva al alma a actuar de tal manera que ella misma queda sorprendida de lo que es capaz de hacer.

2. Necesidad de este don

El don de fortaleza es absolutamente necesario para la perfección de las virtudes infusas, consiguiendo que actúen con energía, prontitud e inquebrantable perseverancia, con un heroísmo sobrenatural. Esa acción recae sobre todas las virtudes infusas, pero especialmente sobre la de fortaleza, que robustece al alma contra toda clase de dificultades o peligros; pero para que lo consiga del todo, es preciso que el don de fortaleza le arranque de raíz todo motivo de temor o indecisión al someterla a la moción directa e inmediata del Espíritu Santo. Es que la virtud de la fortaleza, para conseguir vencer las dificultades, hace uso de los recursos humanos y de los sobrenaturales; pero, al no poseer nunca completamente estos últimos y obrar siempre de modo humano, requiere que el Espíritu Santo le revista de su poder para conseguir el objetivo de luchar sin temor alguno.

También, como seres humanos, muchas veces nos enfrentamos con tentaciones violentas, repentinas e inesperadas, que requieren la aceptación o rechazo en un segundo, para lo que el modo lento y discursivo de las virtudes de la prudencia y la fortaleza no son suficientes. Necesitamos, en esas circunstancias, de la acción ultrarrápida de los dones de consejo y fortaleza, sobre todo cuando son tentaciones tan apremiantes que ponen en riesgo nuestros bienes, el honor o la vida. Ese auxilio lo han tenido los grandes Santos que han optado por el martirio antes que acceder a cometer un pecado.

3. Efectos

  1.  Proporciona al alma una energía inquebrantable en la práctica de la virtud de la fortaleza. Con la acción de este don, el alma no conoce desfallecimientos ni flaquezas y lucha con energía sobrehumana. La fuerza del Espíritu Santo nos hace capaces de sobrepasar una barrera, esquivar un problema, prepararnos para pruebas superiores y avanzar en el camino hacia la perfección, cueste lo que cueste, seguir aunque otros se queden en el camino, permanecer aunque otros abandonen, pelear aunque la victoria parezca imposible. Hay una fuerza sobrenatural, divina, que no conoce límites y esa es la que se encarga de perfeccionar la virtud de la fortaleza.
  2. Destruye por completo la tibieza en el servicio de Dios. La tibieza es una enfermedad que nos paraliza en el camino de la perfección. Es esa enfermedad que nos hace desfallecer de cansancio y hacer las cosas sin energía, a medias, muchas veces solo por salir de un compromiso, pero sin poner nuestro máximo empeño en que los resultados sean los idóneos. Nuestro trabajo se vuelve rutinario, mecánico y sin horizontes. Pero el don de fortaleza, robusteciendo en grado sobrehumano las fuerzas del alma, es remedio proporcionado y eficaz para destruir en absoluto y por completo la tibieza en el servicio de Dios. 
  3. Hace al alma intrépida y valiente ante toda clase de peligros o enemigos. Es precisamente lo que ocurrió a aquellos apóstoles, cobardes y miedosos, abandonando a su Maestro en la noche del Jueves Santo; pero que se presentan ante el pueblo en la mañana de Pentecostés con una entereza y valentía sobrehumanas; sin miedo a nadie, hacen caso omiso de la prohibición de predicar en nombre de Jesús impuesta por los jefes de la Sinagoga, porque  entienden que «es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act. 5,29). Después se glorían de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús ( Cf. Act. 5,41). Todos confesaron a su Maestro con el martirio; y aquel Pedro que se acobardó negando a su Maestro, muere crucificado cabeza abajo. Todo esto era efecto sobrehumano del don de fortaleza, que recibieron los apóstoles, con una plenitud inmensa, en la mañana de Pentecostés. Y así muchos santos, incluidos los de nuestros tiempos, han enfrentado y siguen enfrentando los peligros con mucha valentía, impulsados por esa fuerza divina, que reciben del Espíritu Santo.
  4. Hace soportar los mayores dolores con gozo y alegría. A muchas personas que lean esto, en pleno siglo XXI, les sonará a algo así como «masoquismo» o «locura». Pero para muchos santos en la historia de la Iglesia, no han conocido la resignación. No se resignan al dolor, sino que, por el contrario, algunos hasta han salido a buscarlo voluntariamente; hacen penitencias increíbles y sufren con una paciencia heroica, soportando el dolor y las enfermedades, con el cuerpo destrozado, pero con el alma radiante de alegría. Ese fue el efecto que provocó el Espíritu Santo en Santa Teresita del Niño Jesús, llevándola a decir:  «He llegado a no poder sufrir, porque me es dulce todo padecimiento».

4. Medios para fomentar este don.

  1. Acostumbrarnos al cumplimiento exacto del deber a pesar de todas las repugnancias. Por algo se empieza; si queremos lograr lo que grandes santos han conseguido, debemos comenzar por algo. Si hacemos nuestro esfuerzo en cumplir con nuestros pequeños deberes, Dios no nos negará su gracia y nos irá permitiendo cosas mayores, pero hay que ponerse a hacer algo; Dios no premiará con la fuerza de su Espíritu Santo a flojos y haraganes que le quieren dejar todo el trabajo a Dios. Ya reza el dicho » A Dios rogando y con el mazo dando».
  2. No pedir a Dios que nos quite la cruz, sino únicamente que nos dé fuerza para sobrellevarla santamente. Este parece ser un mal de casi todos. Son escasas las esposas que le pedirán a Dios que le dé fuerzas para soportar a su esposo. No siempre acudimos al Señor para pedirle que nos dé valentía para sobrellevar una enfermedad. Lo más lógico y común en nuestras oraciones es pedir que nos quite el problema y no que nos ayude a soportarlo. En cambio, Dios nos ofrece el don de fortaleza para poder resistir las grandes cruces y tribulaciones inevitables en nuestro camino si queremos llegar a la santidad. Si Dios nos halla flacos y flojos al probarnos en cosas pequeñas, no nos podemos hacer los sorprendidos si no vienen en nuestra ayuda los dones del Espíritu Santo. Para fomentar el don de fortaleza debemos evitar quejarnos de las cruces y acercarnos mejor al Señor para pedirle que nos dé fuerzas para llevarlas. Dios, que no se deja vencer en generosidad, vendrá en nuestro auxilio.
  3. Practicar, con valentía o debilidad, mortificaciones voluntarias. Si queremos perderle el miedo al dolor, debemos aprender a abrazarlo voluntariamente. Y eso no tiene nada que ver con paganos que por su masoquismo buscan el dolor y se lo provocan. Hablamos de pequeñas cosas que podemos ir haciendo para perfeccionarnos en la virtud y conseguir la santidad. Sin necesidad de destrozar nuestro cuerpo a golpes de disciplina, sino comenzando con pequeños detalles de la vida diaria como: no hacer uso del teléfono móvil por un día; no ver televisión por cierto tiempo; guardar el silencio cuando se siente la comezón de hablar; no quejarse nunca de la inclemencia del tiempo, de la calidad de la comida, de la pobreza del vestido; mostrarse cariñosos y serviciales con las personas antipáticas; recibir con humildad y paciencia las burlas, reprensiones, contradicciones y acaso castigos que vengan sobre nosotros sin culpa alguna por nuestra parte, y otras mil cosillas por el estilo, que podemos hacer con la ayuda de la gracia ordinaria. 

Como vemos, el don de la fortaleza es indispensable para poder llegar a la santidad, a la que todos estamos llamados. Para conseguirlo, Dios no nos deja solos y no nos pide nada que no nos haya dado anticipadamente. Con el bautismo recibimos todas las herramientas para ser tan perfectos y santos como muchos modelos que encontramos en la historia de la Iglesia. Los dones que en él recibimos son fundamentales en nuestro camino hacia la perfección cristiana.

También puede interesarte: 


 Fuentes: Royo Marín, Fr. Antonio,Teología de la Perfección Cristiana Tomo 2, BAC, Madrid, 1962;  Tanquerey Adolphe, Teología Ascética y Mística, II Edición, Ediciones Palabra, Madrid; Schmaus, Michael, Teología Dogmática V La Gracia Divina; Catecismo de la Iglesia Católica

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