Monición de entrada
Muy buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. En nombre de Dios les damos la más cordial bienvenida a esta lugar santo, para celebrar juntos la santa misa en el décimo domingo del tiempo ordinario.
Cada domingo nos reunimos aquí, porque queremos vivir pendientes de Cristo, de su palabra, del alimento santo que nos ofrece. El libro de la Sagrada Escritura y la mesa de la eucaristía serán sucesivamente los centros de nuestra atención.
Iniciemos la celebración de hoy, entonando juntos el canto de entrada.
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Moniciones a las lecturas
Monición única para todas las lecturas
Los textos de este domingo nos recuerdan una vez más el proyecto amoroso de Dios y la actitud de incomprensión y rechazo que este proyecto encuentra en el corazón humano. Con el pecado del Génesis el hombre da la espalda al orden creado por Dios. En en el evangelio las palabras de Jesús, sus curaciones y gestos provocan la admiración y adhesión de muchos, pero también la incomprensión en sus familiares y las calumnias de los maestros de la ley judíos. La segunda lectura recuerda a los cristianos la promesa de una casa eterna construida por Dios en los cielos.
Escuchemos atentos esta Palabra.
Moniciones para cada lectura
Monición a la primera lectura (Dt. 5, 12-151)
El Génesis tiene un estilo propio de contarnos, en clave religiosa y no científica, el origen del mundo y de la humanidad, y también -como vemos hoy- de la existencia del mal y del pecado. Al principio de nuestra historia aparece una fuerza misteriosa y personal, que es descrita como encarnación del mal, que seduce y destruye la primitiva unidad y dicha. Escuchemos atentos.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Génesis 3, 9-15
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
—«¿Dónde estás?».
Él contestó:
—«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor le replicó:
—«Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
—«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí».
El Señor dijo a la mujer:
—«¿Qué es lo que has hecho?».
Ella respondió:
—«La serpiente me engaño, y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
—«Por haber hecho eso, serás maldita
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo
toda tu vida;
establezco hostilidades entre ti y la mujer,
entre tu estirpe y la suya;
ella te herirá en la cabeza
cuando tú la hieras en el talón»
Palabra de Dios.
Monición al salmo responsorial (Salmo 129)
El salmo 129 puede ser fácilmente la oración, casi espontánea, de todo hombre: el pecado, con frecuencia, nos precipita en lo más hondo del sufrimiento físico, del abandono moral. Por eso clamemos la misericordia de Dios diciendo todos:
Salmo responsorial: Salmo 129, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8
R. Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿Quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora. R.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.
Monición a la segunda lectura (2 Cor. 4, 13—5, 1)
San Pablo sigue reflexionando sobre su ministerio en medio de la comunidad, que muchas veces se encuentra con tribulaciones y dificultades, al igual que Jesús en el evangelio de hoy.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 13—5, 1
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.
Todo es para vuestro bien.
Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos desanimamos. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día.
Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria.
No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve.
Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano del hombre y que tiene una duración eterna en los cielos.
Palabra de Dios.
Monición al Evangelio (Mc3, 20-35)
El texto evangélico de este domingo nos enseña dos tipos de incomprensión que Jesús debió afrontar: la de los escribas y la de sus propios familiares.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 20-35
En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
También los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
—«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas:
—«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo:
—«Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan».
Les contestó:
—«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y, paseando la mirada por el corro, dijo:
—«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.
Oración de los fieles
Presidente: Dirijamos nuestra oración a Dios Padre misericordioso, con aquella confianza filial que el Espíritu de Cristo ha infundido en nuestros corazones y digamos todos:
Ten misericordia de nosotros, y escúchanos.
- Por el santo Padre, el Papa Francisco, para que Dios, que lo eligió como obispo de toda la Iglesia, le conceda una vida larga y feliz y lo asista en la misión de gobernar el pueblo santo de Dios, roguemos al Señor.
- Por nuestra patria y por sus gobernantes, para que Dios les inspire pensamientos y decisiones encaminados a una paz verdadera, roguemos al Señor.
- Por los que están en camino de conversión, por los que se preparan a recibir el bautismo o preparan el bautismo de sus hijos: para que Dios les abra las puertas de su misericordia e introduzca a los nuevos hijos de la Iglesia en la vida nueva de Cristo Jesús, roguemos al Señor.
- Por nuestros familiares y amigos enfermos, para que Dios escuche sus súplicas, realice sus deseos y haga que, en su tribulación, experimenten el gozo de la misericordia divina,
- Por todos nosotros, para que nos convenzamos de nuestra situación de pecadores y no nos creamos mejores que los demás, roguemos al Señor
Presidente: Padre santo, escucha nuestras oraciones y sostennos con la armadura de la fe, para que en la lucha cotidiana contra el Maligno participemos de la victoria pascual
de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Presentación de las Ofrendas
Presentemos nuestros humildes dones al altar y, con el pan y el vino, hagamos patente nuestros deseos de superar las tentaciones y de llevar a cabo fielmente la voluntad del Padre.
Comunión
La Comunión que recibimos nos da fuerza abundante para poder vencer nuestras malas inclinaciones. ¡Que su digna recepción nos ayude a abrirnos más y más a su
presencia salvadora!
Final
Participando de nuevo en la Eucaristía nos hemos puesto definitivamente del lado del «más fuerte». Que el fortalecernos con los sacramentos que hemos celebrado, podamos resistir las tentaciones del pecado.
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