¿Qué pasa con el alma después de la muerte, según el Catecismo de la Iglesia Católica?
Toda persona que muere en estado de gracia, pero que no ha logrado su purificación completa, debe pasar primero por un estado de purificación para poder entrar al cielo, donde no ingresa nada impuro. Esa purificación se logra en el purgatorio (Cf. Catecismo de la Iglesia no.1030)
Inmediatamente después de la muerte existe el juicio particular por el que cada alma pasa a recibir su retribución inmediata. Hay tres destinos probables para cada alma: el cielo, el purgatorio o el infierno. El cielo existe, es real, también el infierno; de ello no cabe duda, aunque haya muchos que se atrevan a negar su existencia. Pero es más complicado cuando del purgatorio se trata, los hermanos separados o protestantes no admiten su existencia, pues dicen que solo es un invento de la Iglesia Católica, un mito, pues la palabra «purgatorio» está ausente en la Biblia.
El Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo la afirmación de los concilios, así nos lo enseña:
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
Catecismo de la Iglesia Católica, 1022
Necesidad del purgatorio

Al cielo no puede entrar nada impuro. En eso estamos conscientes por lo que nos enseña la misma Sagrada Escritura y lo que ha sostenido la Iglesia desde los primeros siglos. Por ejemplo Tertuliano, Padre de la Iglesia durante la segunda parte del siglo II, afirmaba que: «Al dejar su cuerpo, nadie va inmediatamente a vivir a la presencia del Señor, excepto por la prerrogativa del martirio, pues entonces adquiere una morada en el paraíso, no en las regiones inferiores» (Tertuliano, Sobre la resurrección de la carne. 43
Patrología I, Johannes Quasten, pag. 311)
Por el sacramento de la confesión son perdonados nuestros pecados y quedamos libres del castigo eterno que nos merecíamos (del infierno). Pero la confesión no repara el daño que hemos ocasionado. Ése, debemos repararlo nosotros con nuestras buenas obras o con nuestro sacrificio. Los que aún estamos vivos, podemos repararlo con los grandes medios que nos ofrece la Santa Madre Iglesia, como los sacramentos, la oración diaria, las obras de misericordia, la predicación de la Palabra de Dios, las indulgencias, la vida de caridad y de santidad y tantas formas con las que podemos ir purificando nuestra alma. También a través del dolor y sufrimiento ofrecidos a Dios por el perdón de nuestras culpas. El otro modo, que es la forma menos deseada, pero preferible al infierno, es pasando por el Purgatorio, en un período de purificación que durará el tiempo necesario. Así nos lo enseña el Catecismo:
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
Catecismo de la Iglesia Católica, no.1030
A esa purificación es a la que la Iglesia llama “purgatorio”, que no es una segunda oportunidad, puesto que al purgatorio solo van los que han hecho mérito, y han fallecido en gracia de Dios. Además, es una purificación completamente distinta del castigo de los condenados.
La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).
Catecismo de la Iglesia Católica, no.1031
En su defensa de la «sola Escritura», los protestantes argumentan que algo que no está en la Biblia no puede existir, por lo tanto, para ellos el purgatorio no existe, pues no se encuentra en ningún texto bíblico. Absurdo, porque, como dice el ex pastor protestante Fernando Casanova, muchos de ellos creen en la Santísima Trinidad, y sin embargo la palabra “Trinidad” no existe como tal en las Sagradas Escrituras. El libro del Apocalipsis, en el capítulo 21, hablando de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, afirma que nada manchado entrará en ella (Ap. 21,27). Queda claro que al cielo no puede entrar nada impuro, y que si alguien fallece con faltas ligeras, debe pasar primero por un estado de purificación.
San Juan nos hace referencia a la clasificación de pecados que conocemos, mortales y veniales: “Toda iniquidad es pecado, pero hay pecado que no es de muerte” (1 Jn 5,17). Un pecado mortal no confesado nos lleva directo al castigo eterno, no así un pecado venial, no es de muerte.
Algunos protestantes argumentan que el perdón de los pecados no es posible después de muertos. Jesús, cuando hablaba del pecado contra el Espíritu Santo dijo: “Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro” , qué sentido tendría esta afirmación de Jesús si no hubiera algún tipo de perdón de pecados en el otro mundo?.
El purgatorio es un estado intermedio entre el cielo y el infierno. No es ni el cielo ni el infierno, sino un estado intermedio de purificación para poder entrar al cielo.
Las almas en el Purgatorio no pueden hacer nada por sí mismas, no pueden ya hacer méritos y están necesitadas de ayuda, quedan abandonadas del todo. El tiempo de hacer buenas obras, de hacer méritos se les ha terminado. Su esperanza, está basada esencialmente en las acciones y oraciones de los demás. Nosotros podemos ayudarles con nuestras oraciones, ofreciendo sacrificios, ofrendas, haciendo obras de misericordia, ganando indulgencias para ellas, etc. (comunión de los Santos).
Algunos Santos han tenido la dicha de que Dios les concediera, en vida, una visión del purgatorio: Santa Catalina de Génova, Sor Faustina y otros.
En su diario, Sor Faustina nos relata un acontecimiento con su Ángel Guardián y el purgatorio. Su Ángel la llevó a un lugar nebuloso y lleno de fuego, y había ahí una multitud de almas sufrientes, que oraban con fervor, pero sin eficacia para ellas mismas. Solo nosotros podemos ayudarlas, dice Sor Faustina. Estas almas contaron a Sor Faustina que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vio también a la Virgen María, que llevaba alivio a las almas del purgatorio. El Ángel le hizo señas de salir de ese lugar, aunque ella quería seguir hablando con las almas. Jesús le dijo en su interior: «Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige», refiriéndose al dolor que sufrían esas almas para purificarse (Cf. Diario de Santa María Faustna, N. 20)
El purgatorio existe, no hay discusión alguna. ¿Cuánto tiempo permanecen ahí las almas? eso solo Dios lo determina, dependiendo de la cantidad y gravedad de nuestros pecados, así será el tiempo de purificación. Pero hay otra gracia que Dios concede y en ello tenemos mucho que ver los que aún estamos vivos: podemos orar por las almas que purgan sus pecados allí, comenzando por nuestros familiares y amigos, sin olvidar que habrá muchas personas que van a ese lugar sin tener quien interceda por ellas. Nosotros podemos ayudarles mediante la oración, algo que no nos cuesta nada, pero que hará mucho bien. Lamentablemente también una práctica que desaprovechan los protestantes, al no creer en la comunión de las almas ni en el poder intercesor de la oración. Sobre estos temas hablaremos en próximas publicaciones.
Otros textos a tomar en cuenta sobre este tema: I Cor. 3,15; II Mac 12, 42-45. Y cualquier duda o comentario sobre este tema, no dudes en hacérnoslas llegar.