Concepción errónea de la perfección cristiana
En todos los aspectos de la vida siempre queremos ir mejorando; nadie, a no ser que sea un conformista, estará plenamente satisfecho con lo que es o lo que tiene. Siempre hay aspiraciones a ser mejores.
Ese afán por ser mejores es más notorio (o debería de serlo) en la vida cristiana, que siempre es progresiva por su misma naturaleza, y no dejará de irse perfeccionando sino hasta llegar al cielo. Pero en ese camino hay errores que se cometen por concepciones falsas que tenemos acerca de la misma perfección.
Hay errores que cometen quienes no tienen ninguna práctica cristiana; pero nos ocuparemos específicamente de los que se cometen por quienes ya consideran tener un alto grado de perfección. Lo plantean muy bien Adolphe Tanquery y Lorenzo Scupuli en sus libros abajo citados.
Muchos atendiendo a la gravedad de la materia, creyeron que la perfección consiste en el rigor de la vida, en la mortificación de la carne, en los cilicios, disciplinas, ayunos, vigilias y otras penitencias y obras exteriores.
Otros, y particularmente las mujeres, cuando rezan muchas oraciones, oyen muchas misas, asisten a todos los oficios divinos y frecuentan las iglesias y comuniones, creen que han llegado al grado supremo de la perfección.
Algunos, aun de los mismos que profesan vida religiosa, se persuaden de que la perfección consiste únicamente en frecuentar el coro, en amar la soledad y el silencio, y en observar exactamente la disciplina regular, y todos sus estatutos.
Lorenzo Scupoli, El Combate Espiritual
Falsas Percepciones de la Perfección Cristiana
1. Confundir la devoción con devociones
Entiéndase que no es lo mismo ser devoto que practicar devociones. Y confundidos muchos piensan que la perfección consiste en mucho rezar y pertenecer a muchas cofradías, movimientos o comunidades de la Iglesia, descuidando sus obligaciones diarias con el prójimo, incluso la caridad con los de su casa, tomando los accesorios y descuidando lo principal.
Otros, y particularmente las mujeres, cuando rezan muchas oraciones, oyen muchas misas, asisten a todos los oficios divinos y frecuentan las iglesias y comuniones, creen que han llegado al grado supremo de la perfección.
No es que estas obras sean malas, pero no son la perfección, sino solo medios para llegar a ella. Son también frutos de la santidad de una persona. Usados con prudencia sirven para adquirir fuerzas en la lucha contra el enemigo y para obtener el auxilio misericordioso de Dios. Sirven para ir avanzando en nuestra perfección, pero no significa que al practicarlas, ya podemos presumir de ser santos y mucho mejor que los demás.
2. Sacrificar o Mortificar el cuerpo pero no la lengua.
Algunos se dan a los ayunos y austeridades, incluso hasta enflaquecer sus cuerpos; no se atreven a tocar el vino con la punta de la lengua, pero no tienen miedo de «meterla en la sangre del prójimo con la maledicencia, el chisme y la calumnia».
Por eso San Juan Crisóstomo decía: «Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?». Hay que sacrificar y mortificar el cuerpo, es buena práctica para dar pasos hacia nuestra perfección, pero no hay que olvidar mortificar la lengua, porque podría ir a servirnos de corbata al infierno, aún con nuestros ayunos y mortificaciones del resto del cuerpo.
3. Poner todo el fundamento de la devoción en las obras exteriores, olvidando enteramente la reforma del corazón.
No significa que las obras exteriores no sean buenas y loables en sí mis mas, sino porque se ocupan de tal suerte en ellas, que se olvidan enteramente de la reforma del corazón, y de velar sobre sus movimientos; y dejándolo que siga libremente sus inclinaciones, lo exponen a las asechanzas y lazos del demonio; y entonces este maligno espíritu, viendo que se divierten y apartan del verdadero camino, no solamente les deja continuar con gusto sus acostumbrados ejercicios, pero llena su imaginación de fantásticas y vanas ideas de las delicias y deleites del paraíso, donde piensan algunas veces que se hallan ya, entre los coros de los Ángeles, como almas singularmente escogidas y privilegiadas, y que sienten a Dios dentro de sí mismas.
Usa también el demonio del artificio de sugerirles en la oración pensamientos sublimes, curiosos y agradables, a fin de que, imaginándose arrebatadas al tercer cielo como S. Pablo (II Cor. 12, 2), y persuadiéndose de que no son ya de esta baja región del mundo, vivan en una abstracción total de sí mismas, y en un profundo olvido de todas aquellas cosas en que más deberían ocuparse.
Es fácil descubrir a estas almas erradas por su vida y costumbres. Porque en todas las cosas, grandes o pequeñas, desean ser siempre preferidas a los demás: son caprichosas, indóciles y obstinadas en su propio parecer y juicio; y siendo ciegas en sus propias acciones, tienen siempre los ojos abiertos para observar y censurar las ajenas; y si alguno las toca, aunque sea muy levemente, en la opinión y estimación que tienen concebida de sí mismas, o las quiere apartar de aquellas devociones en que se ocupa por costumbre, se enojan, se turban y se inquietan sobremanera; y en fin, si Dios, para reducirlas al verdadero conocimiento de sí mismas y al camino de la perfección, les envía trabajos, enfermedades y persecuciones (que son las pruebas más ciertas de la fidelidad de sus siervos, y que no suceden jamás sin orden o permisión de su providencia), entonces descubren su falso fondo, y su interior corrompido y gastado, de la soberbia.
Ante las dificultades o pruebas, caen de las nubes donde se sienten habitar, y se retiran de la iglesia o de los movimientos, grupos o asociaciones de iglesia a la que pertenecen. Porque, en ningún suceso, triste o alegre, feliz o adverso, de esta vida, quieren formar su voluntad con la de Dios, ni humillarse debajo de su divina mano, ni rendirse a sus adorables juicios, no menos justos que impenetrables; ni sujetarse, a imitación de su santísimo Hijo, a todas las criaturas, ni amar a sus perseguidores como instrumentos de la bondad divina, que cooperan a su mortificación, perfección y eterna salud.
De aquí nace el hallarse siempre en un funesto y evidente peligro de perecer; porque como tienen viciados y oscurecidos los ojos con el amor propio y apetito de la propia estimación, y se miran siempre con ellos a sí mismas, y sus obras exteriores, que de sí son buenas; se atribuyen muchos grados de perfección, y, llenas de presunción y soberbia, censuran y condenan a los demás.
4. Confundir la perfección con los fenómenos extraordinarios.
Por último, hay algunos que por que leyeron libros de mística o Vidas de Santos, en los que se habla de éxtasis y visiones, creen que la perfección consiste en esos fenómenos extraordinarios y hacen un esfuerzo, con la cabeza y la imaginación, para llegar también ellos a lo mismo. No entendieron que, según testimonio de los mismos místicos, esos fenómenos no constituyen la santidad, sino que son solo accesorios, y a los cuales nadie debe aspirar; y que el camino de la conformidad con la voluntad de Dios es mucho más seguro y más práctico
BIBLIOGRAFÍA: Tanquerey, Adolphe, Compendio de Teología Ascética y Mística, Ediciones Palabra S.A. Madrid, 1990; Scupuly, Lorenzo, Combate Espiritual, Editorial San Pablo, 2014