Caminando los senderos de la vida, los seres humanos nos parecemos mucho al águila. También nosotros debemos hacer ciertos «altos» en nuestra vida para sacudirnos todo aquel peso innecesario, recargar baterías y continuar el viaje.
Decisiones que cambian vidas
El águila real americana es el ave que posee la mayor longevidad de su especie, llega a vivir hasta 70 años. Pero para llegar a esa edad, en el ecuador de su vida tiene que tomar una seria y difícil decisión.
A los 40 años, sus uñas curvas y flexibles no consiguen agarrar a las presas de las que se alimenta, su pico alargado y puntiagudo comienza a curvarse apuntando contra el pecho peligrosamente, y sus alas, envejecidas y pesadas por las gruesas plumas hacen que volar sea una tarea muy complicada.
Es entonces, cuando el águila tiene que tomar una decisión y sólo tiene dos alternativas: dejarse morir, o enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará algún tiempo prudencial para esa regeneración.
Un proceso doloroso
Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y refugiarse en un nido próximo a una pared, donde no necesite volar. Entonces, el águila ya refugiada comenzará a golpear su pico contra la pared hasta conseguir arrancarlo. Una vez amputado, tendrá que esperar a que nazca un nuevo pico con el cual, después, tendrá que arrancar sus viejas uñas.
Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, será el momento para desprenderse de sus viejas plumas arrancándoselas con su nuevo pico. Después el águila real saldrá victoriosa ejecutando su famoso vuelo de renovación y entonces dispondrá de 30 años más de vida.
La historia del águila es nuestra historia
Hay una alabanza muy bonita y conocida, muy dinámica, por cierto, sobre el texto de Isaías: «Los jóvenes se cansan, se fatigan, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Isaías 40, 30-31).
Realmente la historia del águila es la historia nuestra. No solo una vez en la vida (y a veces sin haber llegado a los 40 años) debemos hacer un alto y renovar muchas cosas que no nos dejan avanzar y nos envejecen y quitan fuerzas. Con el tiempo vamos acumulando experiencias que pesan a nuestras espaldas y nos van jorobando poco a poco. Cuánta gente deambula cabizbajo por los senderos de la vida, con una mochila llena de problemas acumulados, escondidos o simplemente ignorados voluntariamente, pero ahí van, caminando con ese peso, sin poder avanzar.
Acumulaciones de problemas en los matrimonios, en las familias, en nuestra relación con la sociedad, que van cortando nuestras alas y nos impiden alzar el vuelo para forjarnos nuevas metas. Cuántos jóvenes desisten en su lucha por la vida, ante un fracaso, las garras se curvan y las alas se vuelven pesadas, por lo que deciden mejor dejarse arrastrar por los vicios, la decepción y el suicidio. Pienso en esa joven que fue víctima de una violación y, para colmo, resultó con un embarazo, o aquella pareja de jóvenes que irresponsablemente provocaron un embarazo no deseado, y ven todos sus ideales frustrados. O aquél joven que quedó huérfano en la mejor etapa de su vida. O la frustrante experiencia de las violaciones o abusos sexuales dentro de la misma familia… experiencias duras que pesan y frustran a tan temprana edad, con toda una vida por delante y con metas que solo se vislumbraban allá en el horizonte.
Hay tantos matrimonios que comenzaron un hogar feliz, pero también surgieron los pequeños problemas que se fueron acumulando y de tanta suma, surge una carga muy pesada que lleva al borde del precipicio. Madres de familia que se niegan a aceptar la muerte de un hijo, o un hijo reacio a aceptar la partida de una madre o un padre… seres queridos que la vida nos los quita en el momento menos pensados y todo se nos viene abajo.
Y esto solo por citar algunos ejemplos, porque tú conoces el propio y sabes a qué me refiero con esa «pesada carga a las espaldas». Por eso siempre es necesario ir tomándose ese tiempo prudente para renovarse. Para ello hay tantas oportunidades que la Iglesia, sabiamente, nos ofrece, como un Retiro Espiritual, un encuentro de familias… tantos espacios que se nos prestan para subir a esa montaña y renovar nuestras alas y volar nuevamente con la fuerza de un águila.
Lógicamente esos procesos son muy dolorosos, pero es necesario arriesgarse a renovarse y no morir. Perdonar una infidelidad en un matrimonio, lógicamente que dolerá. Perdonar un abuso sexual, claro que dolerá. Renunciar a ciertas cosas que nos frenan en nuestro caminar será un proceso muy doloroso que nos arrancará un pedazo de carne de nuestro pecho y hará sangrar nuestro corazón; pero solo si nos atrevemos podremos alzar nuevamente el vuelo con dignidad y con la frente en alto. Será un proceso en el que no estaremos solos si nos amparamos al abrigo del Altísimo, porque, como ya lo dijo el profeta Isaías, a los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor y subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse.
Si el águila necesita una vez en su vida para renovarse, los seres humanos no necesitamos solo una, porque constantemente somos ofendidos y ofendemos. Y cada vez que el corazón se siente herido y la carga de problemas aumenta, la renovación se vuelve necesaria, porque difícilmente podemos hacer como si las cosas no sucedieron o pretender bloquear de nuestra memoria ciertos sucesos que no nos gustan. Hay una canción por ahí que dice algo así: «Pero no me acuerdo, no me acuerdo, y si no me acuerdo, no pasó, eso no pasó». No puede haber peor consuelo que huir del problema pretendiendo olvidar, sin enfrentarlo. El que no te acuerdes que te violaron no hace que ese suceso no ocurriera en tu vida. Es mejor aquello de «al toro, por los cuernos», aunque duela, pero los problemas hay que enfrentarlos, ir a la montaña y arrancarnos aquello que ya no sirve, que solo es una carga en nuestra vida y no nos deja alzar el vuelo.
Son decisiones difíciles, pero necesarias para sobrevivir. Te dolerá quizá romper con esa pareja (novio o novia) a la que amas con todas tus fuerzas, pero que te está haciendo más mal que bien, que te está dañando y, aunque eres consciente del problema, tu ciego amor te hace bajar tu cabeza y seguir ahí, sufriendo, sin poder alzar el vuelo.
Recuerda: a los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor y subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse.
Que Dios te dé esa fuerza para tomar la mejor decisión de tu vida y arriesgarte de una vez por todas.