Homilías V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
Ser Sal y Luz de la Tierra
Después de presentarnos un programa de vida, a través de las Bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado, ahora Jesús sigue su sermón de la montaña y nos manda ser la sal y luz para el mundo.
La complicada misión de ser Sal y Luz en nuestros tiempos
Una gran misión: ser sal y luz pareciera una tarea sencilla, simple y fácil de cumplir. Pero esa tierra o el mundo al que Dios nos manda iluminar y darle sabor, está realmente convulsionado. Hay hambre, miseria, crisis económica, violencia y una serie de males que atacan a la humanidad, provocando pánico, haciendo que el hombre pierda la esperanza. Avisos de guerra surgen por todos lados. Cuando se espera la paz, surgen poderes en el mundo que anuncian represión, confrontación. Hay un afán de poder y dominio que lleva a las naciones poderosas a establecer políticas que afectan a millones y millones de personas que obviamente reaccionan, y más confrontación, más violencia…
Tantas realidades tristes, tantas sombras, tanta oscuridad que envuelve a ese mundo, al hombre al que Jesús nos manda ser sal y luz. Este mundo al que Cristo nos pide darle sabor e iluminar, está cansado de teorías, de doctrinas y catequesis. Está cansado de discursos bonitos y predicaciones que claman por un aplauso. El hombre quiere testigos que conozcan el camino a seguir. Busca, orientación, busca una brújula, una luz que ilumine su oscura noche, su crisis. Busca a hombres que realmente hayan estado con Dios, que lo hayan experimentado en sus vidas. Por eso San Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice “Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del poder del Espíritu”. Esa experiencia del poder de Dios es lo que el hombre busca, porque necesita apoyarse en algo para mantenerse de pie en medio de la tempestad. Y para poder hablar al mundo de ese poder de Dios es necesario haberlo experimentado. Un buen comerciante si quiere vender su producto debe haberlo usado y/o conocido lo suficiente antes como para garantizar lo que vende. Si queremos ser cristianos que llevemos luz y sal al mundo, y presentarles a ese Dios de poder del que habla San Pablo, necesitamos haberle conocido, y para conocerle es necesario estar y hablar con él. Y es ahí donde los discursos que llegan al oído del hombre muchas veces suenan vacíos, huecos, porque resultan ser un producto intelectual y no de la experiencia con Dios.
Ser reflejos de la Luz de Jesucristo
Jesús mismo se presentó como la luz del mundo, y ahora nos manda ser luz para los hombres; es decir, como esa luna que refleja la luz del sol en la oscuridad de la noche. Usted toma un producto de esos fluorescentes que tanto se distribuyen para niños, por ejemplo espadas u otro juguete, y lo ilumina luego con una lámpara en la noche, apaga la luz y ese juguete queda proyectando luz en la oscuridad. Para que los cristianos podamos proyectar la luz de Jesús, es necesario exponernos primero a ella, estar cerca de ella, dejarnos iluminar primero por la luz de Cristo, porque nosotros no podemos brillar con luz propia. Ese es el papel del cristiano; esa es la misión que Jesús nos encomienda hoy. Nos manda ser luz y no para que la guardemos por ahí debajo del sofá o de la cama, sino para que la pongamos en alto y que desde lo alto pueda iluminar al mundo. No podemos ser luz solo en la iglesia o en la casa, nuestra luz debe estar suficientemente tan en lo alto como para iluminar también a nuestros vecinos, a los compañeros de trabajo, de estudios, en la calle, en la cancha de fútbol, en la playa, en el transporte público… ahí donde esté un cristiano debe haber una luz que ilumine su entorno.
¿Cómo vamos a ser luz? ¿Cuál es esa luz que Jesús quiere que proyectemos? Nos ayuda la primera lectura y el salmo a respondernos esas preguntas. Isaías dice que para que nuestra luz rompa como la aurora tenemos que:
- Partir el pan con el hambriento: ¿O no hay nadie en tu entorno que padezca de hambre?
- Hospedar a los pobres sin techo: ¿De casualidad no hay por ahí alguien que conozcas que duerma en la calle porque no tiene dónde reclinar su cabeza?
- Vestir al desnudo: ¡cuántos harapientos deambulan por las calles de nuestros pueblos!
- No cerrarnos a nuestra propia carne: desterrar el egoísmo y pensar en los demás
- Desterrar de nosotros el gesto amenazador, la opresión y maledicencia: Tantos gobiernos del mundo que pregonan la prepotencia y con el gesto amenazador pretenden ejercer dominio sobre el más débil. Y ninguno de nosotros tampoco puede o debe presumir aires de grandeza, pretendiendo ser la mamá de Tarzán y ejercer dominio sobre el que se deje…
Y el salmo 111 agrega que debemos ser justos, clementes, compasivos y repartir limosna a los pobres… solo entonces, completa Isaías, brillará nuestra luz en las tinieblas y nuestra oscuridad se volverá mediodía. Y Jesús termina su evangelio de hoy diciéndonos que debe alumbrar así nuestra luz a los hombres, para que viendo nuestras buenas obras, den gloria a Dios Padre.
¿No nos suena algo así como que Jesús hablaba exactamente de las necesidades que el mundo de hoy tiene?. Cuando leemos esa forma de ser luz que nos da la liturgia de hoy, vemos dibujada exactamente las necesidades que padece el hombre de nuestros tiempos; es exactamente la oscuridad que Jesús nos manda iluminar.
Sal que da sabor a la vida
Jesús hoy quiere que seamos sal y le demos sabor a la vida. Porque las víctimas de la delincuencia tragan un trago muy amargo. Porque las víctimas de la extorsión no la pasan muy bien. Porque aquel que ha caído en la delincuencia, en los vicios, en el poder del maligno tampoco, y aunque le parezca raro, tampoco le ha encontrado el sabor a la vida. Porque hay tantos hogares destruidos, hijos sin conocer a sus padres o que sufren el abandono de los mismos, madres solteras luchando por sacar adelante a sus hijos… y necesitan encontrarle el sabor a la vida en medio de esas realidades adversas. Porque aquel, y son millones y millones de personas en el mundo, que ha perdido la fe o está lejos de Dios, necesita encontrarle el sabor a la vida… y somos nosotros, los cristianos, sí, tú y yo… no pienses que son otros a los que Jesús llama hoy a ser sal y luz, es a ti y a mí, a quienes hoy Jesús nos manda ser sal y luz… iluminar y dar sabor, así de claro!