Homilía para el III Domingo de Cuaresma Ciclo A
(Por Pbro. Miguel Ángel Soto)
Ver también: Moninciones y Lecturas III Domingo de Cuaresma Ciclo A
Simbolismo del Agua
Después de las tentaciones de Jesús en el desierto, que nos presentaba el Evangelio del primer domingo de Cuaresma, y la transfiguración, del segundo, hoy comenzamos los pasajes bautismales que permanecerán hasta el quinto domingo. Las lecturas de hoy se centran en el simbolismo del agua. La primera lectura, del libro del Éxodo, nos recuerda aquel episodio del pueblo de Israel, cuando murmuró contra el Señor y éste hizo brotar agua de la roca, por medio de Moisés. De eso hará memoria el salmo 94. San Pablo dirá que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado y Jesús nos confirmará que la verdadera agua viva, la del Espíritu Santo, es la única capaz de calmar nuestra sed.
Aunque el Evangelio de hoy es grande y rico en contenido, tanto que se desprenden de él muchos mensajes que nos encaminan hacia la Pascua, centremos nuestra mirada en el tema de la sed y la conversión.
1. Fuente que salta hasta la vida eterna.
Tanto el Éxodo como San Juan nos hablan de “sed” y “agua”, ¿A qué tipo de sed se refieren? El pueblo de Israel ya había perdido el gusto por la libertad; después de cantar la victoria de Yahvé sobre la esclavitud de Egipto, ahora reclaman porque están “muriendo de sed”, producto del cansancio en su travesía por el desierto. Es la típica sed de “agua” material que todos padecemos. Jesús se acerca a un pozo para pedirle agua a la Samaritana, porque estaba “cansado y tenía sed”; la samaritana había acudido a ese mismo pozo a llenar su cántaro, porque también “tenía sed”. Seguramente esta mujer había ido miles de veces al mismo lugar y con el mismo objetivo de obtener agua para calmar su insaciable sed. Ahora Jesús le ofrece “otra agua”, una que le calmará la sed para siempre, de raíz, “fuente que salta hasta la vida eterna”.
En este acontecimiento se encuentran dos personajes con sed diferente: la sed de Jesús se encuentra con la sed de la Samaritana. Jesús tiene sed de salvar al hombre, no solo al judío, sino a los no judíos, tomando en cuenta que esta mujer era samaritana. Ella padecía de otro tipo de sed, una sed insatisfecha porque bebía agua y volvía a sentir la misma necesidad. En esta samaritana está representada la realidad nuestra, la del hombre con una insatisfacción constante, que va de pozo en pozo, de un lugar a otro consumiendo y consumiendo; pero nunca consigue calmar su sed, siempre queda insatisfecho.
El hombre “moderno”, está tan “moderno” que la misma tecnología le ha vuelto un “hombre-insatisfecho”, porque cada día se crean tantas necesidades ficticias que se nos presentan como metas necesarias si queremos estar “a la moda”, o incluso para subsistir. Y bien conocen esas necesidades los publicistas y o responsables del “mercadeo”, consiguiendo llenarnos de más necesidades e insatisfacciones que nos van hundiendo en frustraciones porque nos damos cuenta de que cada día estamos más vacíos e insatisfechos, que siempre tenemos “sed”, que nada logra calmar nuestra “necesidad de algo”. Tienes un aumento de sueldo y sientes que cubres tus necesidades, pero luego te das cuenta que van surgiendo otras que cubrir y el dinero no te alcanza; consigues tus metas en los negocios y llegas a tener tanto dinero como lo esperabas a final de un período, pero luego te propones otra meta mayor en el siguiente período, porque sientes que necesitas más, y consigues esa segunda meta y viene una tercera, y una cuarta y siempre la que viene es superior a la anterior, porque ninguna logra llenarte. Compras un carro del año y uno o más años después le ves al vecino lucir uno mejor, y sientes la necesidad de desprenderte del que tienes y comprarte otro. Tienes el teléfono último de la marca que te gusta, pero a la semana siguiente salió un nuevo modelo, uno que “satisface más tus necesidades” y te lo compras, aunque el anterior esté todavía en perfecto estado. Y los fabricantes sí que conocen esa locura por “lo novedoso” y saben explotar nuestra “debilidad y sed insaciable”. Compramos a veces sin necesitar, sin sentido crítico; y lo peor del caso es que somos capaces de usar la tarjeta de crédito y quedar cada vez más endeudados, con tal de obtener lo que queremos ahora mismo.
Para colmo, esta necesidad insaciable se traslada hasta nuestras relaciones de parejas, y por eso el hombre o la mujer tiene un matrimonio y luego siente que sus expectativas de “satisfacción” no las llena en su totalidad la persona con quien se casó, y al poco tiempo la desechan y se buscan otra, y luego otra, y otra… porque siempre hay una sed, una insatisfacción que no logra saciar nadie en el mundo. Así como en los negocios, los empresarios abren una sucursal por acá y otra por allá, para irse expandiendo y lograr metas que satisfagan mejor su sed, también muchos conyugues van abriendo “sucursales” por aquí y por allá, para lograr satisfacer su deseo, porque la persona que tienen en casa como pareja no lo consigue.
En ese afán de satisfacción, de calmar la sed, el hombre se va haciendo adicto a muchas cosas: al alcohol, las drogas, la tecnología, el sexo, las apuestas, los deportes y otras tantas adicciones que nos han vuelto esclavos cada vez más insatisfechos y “llenos” de más “vacíos”.
En esa búsqueda de la fuente que calme nuestra sed, hemos cometido el error de buscar donde no debemos hacerlo. Los samaritanos habían tenido ya cinco “maridos”, cinco dioses a los que se postraban, y la samaritana hoy en escena ya va por el sexto. Nos hemos rendido ante otros dioses que no llenan nuestras expectativas, olvidando la fuente que salta hasta la vida eterna. Por eso decía San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Con justa razón la Palabra de Dios nos reprende: “doble mal ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, manantial de agua viva, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jer 2,13). Pero es Dios mismo quien viene a ofrecernos: «si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva». Esto lo decía refiriéndose al Espíritu… (Jn 7,37-39; cf. Ap 22,1).
Jesús se revela hoy como el Mesías y nos ofrece de esa agua que calma plenamente nuestra sed.
2. La conversión: dejar el cántaro.
Dios siempre es el que está buscando al hombre y rompiendo todas las barreras. Desde hacía siglos, judíos y samaritanos vivían en una enemistad implacable. Pero Jesús se muestra superior a este prejuicio, como también a la opinión judía que consideraba como indecoroso para un maestro hablar públicamente con una mujer. Para Él no cuenta la distinción de nación y de raza, ni tampoco la distinción entre hombre y mujer, y se acerca a la Samaritana para pedirle agua. En ese diálogo, Jesús hace que la mujer busque en su interior.
San Juan Pablo II, comentando este Evangelio en marzo de 1981, decía:
«Precisamente cuando la Samaritana se dirige a Jesús con las palabras: «Dame esa agua» (Jn. 4, 15), entonces El no tarda en indicar el camino que lleva a ella. Es el camino de la verdad interior, el camino de la conversión y de las obras buenas. «Anda, llama a tu marido» (Jn 4, 16), dice el Señor a la mujer: se trata de una invitación a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar en él las esperanzas más profundas, ésas que se finge esconder bajo la réplica evasiva. Hace descubrir a esta mujer la necesidad de ser salvada y de preguntarse por el camino que puede conducirla a la salvación, haciendo con ella un verdadero y propio «examen de conciencia», y ayudándola a llamar por su nombre a los pecados de su vida. Por esto el Señor le apremia: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido» (Jn 4, 17-18). De este modo la mujer no sólo reconoce su situación de pecado, sino que es ayudada a llamar por su nombre a los pecados de su vida.»
Como resultado de ese encuentro con el Mesías, la mujer deja el cántaro y se va a comunicar la noticia a su pueblo. Deja su vida pasada y ahora se ha convertido en un instrumento para que muchos samaritanos vengan a conocer al Mesías. También a nosotros Jesús nos ofrece hoy cambiar de pozo, dejar de buscar satisfacciones en el pecado, dejar ahí “botado” nuestro cántaro y acudir a la verdadera fuente que calmará nuestra sed para siempre.
Es curiosa la hora a la que ocurre el encuentro: la hora sexta, al mediodía. O sea, a un paso de llegar a la hora séptima. Y si el siete es perfección, esta mujer del Evangelio hace ese salto que nosotros también tenemos que dar ahora, pasar a esa hora séptima, hacer nuestro éxodo de la esclavitud del pecado a la libertad de la gracia de los hijos de Dios. Y qué mejor momento que ahora, durante la Cuaresma, para poder vivir a plenitud la gran Fiesta de la Pascua con Cristo.
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