Prepararse para la vida eterna
Todos nos preparamos día a día para seguirnos instalando en este mundo. Pensamos en la casa, en un mejor empleo, en el aumento de sueldo, en la profesión de nuestros hijos, en todo; pero pensando siempre, o casi siempre, en este mundo. Difícilmente se cruza por nuestra mente todos los días preparar ese momento final en el que Dios nos hará pasar de esta vida terrena a una celestial, mucho mejor que la actual, por muy buena que ésta sea.
Si preguntamos a un nutrido grupo de fieles reunidos en una Iglesia sobre su futuro, si quieren ir al cielo, sin duda que todos responden que sí. Y si preguntáramos cuál vida es mejor, la terrena o la celeste, aunque hubiera alguno que entraría en dudas, casi todos coincidirían en que una vida en el cielo sería mucho mejor. Pero… si preguntáramos quiénes quieren pasar a una «mejor vida» esta misma noche, pasando por la muerte, casi el 100%, con toda certeza diría que no quieren morir, que es una opción para futuro, no para ahora.
Es que hay mil excusas para no querer morir. Unos porque tienen hijos aún pequeños, con una vida por realizar aún y deben ayudarles todavía, no pueden dejarlos; pero resulta que esos hijos se casan y luego tampoco quieren morir y dejarlos, porque todavía deben conocer a los nietos. Otros todavía no quieren morir porque aún no se han casado y no han dejado descendencia. Otros porque no han coronado sus carreras universitarias, y otros porque… Bueno, todos tenemos una excusa.
Pero por lo menos hay una confianza en una vida futura, en la vida más allá de la muerte. Lamentablemente hay una inmensa cantidad de gente que deambula por el mundo sin esperanza en una vida eterna. Creen que con la muerte termina todo… una vida sin esperanza, efímera, perecedera.
La siguiente historia nos da una gran lección sobre nuestra confianza en que, después de esta vida, sin duda hay una mucho mejor:
Conservar el tenedor
Una mujer, a quien le habían diagnosticado una enfermedad terminal y le habían dado tres meses de vida estaba poniendo sus cosas «en orden». Le pidió al sacerdote que fuera a su casa para discutir ciertos aspectos de sus deseos finales. Le dijo qué canciones quería que cantaran en su funeral, qué lecturas le gustaría que leyeran en su misa exequial y con qué ropas querría ser enterrada. También pidió que la enterraran con su Biblia favorita.
Cuando el sacerdote estaba preparándose para irse, de pronto la mujer recordó algo muy importante para ella y dijo:
—Hay una cosa más.
—¿Qué es?, preguntó el sacerdote.
— Esto es muy importante, continuó la mujer, quiero que me entierren con un tenedor en la mano derecha.
El sacerdote se quedó parado mirando a la mujer sin saber qué decir.
— Esto le sorprende, ¿no?, dijo la mujer.
— Bueno, para ser honesto, estoy extrañado por su petición, dijo el sacerdote.
La mujer explicó:
— Recuerdo que en todos los años de concurrir a comidas en la iglesia, cuando se retiran las fuentes del plato principal, alguien inevitablemente dice «conserva tu tenedor». Era mi momento favorito porque sabía que algo mejor venía, como torta de chocolate o pastel de manzana, algo maravilloso y sustancial. De modo que quiero que la gente me vea en mi ataúd con un tenedor en la mano y quiero que pregunten: «¿Para qué es el tenedor?». Entonces quiero que por favor les diga: «Conserva tu tenedor…. aún falta lo mejor.»
Los ojos del sacerdote se llenaron de lágrimas de alegría cuando se despidió de ella. Sabía que era una de las últimas veces que la vería antes de morir. Pero también sabía que la mujer entendía mejor que él lo que era la Gloria. Ella sabía que algo mejor estaba por llegar.
En el funeral, la gente que se acercaba al ataúd veía el vestido que más le gustaba, su Biblia favorita y el tenedor en la mano derecha. Una y otra vez el sacerdote escuchaba la pregunta «¿Para qué es el tenedor?» y él sonreía. Durante su mensaje, el sacerdote les contó la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de morir. También les contó sobre el tenedor y lo que simbolizaba para ella; les contó cómo él no podría dejar de pensar en el tenedor y quizás ellos tampoco podrían hacerlo. Tenía razón.
Promesas bíblicas
Como cristianos creemos en que las promesas de una vida eterna se cumplirán:
- «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.» Juan 3, 16
- «Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.» Romanos 8, 18
- «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello» Juan 6, 27
Estas son solo tres de una serie de promesas bíblicas en una vida eterna, en la vida más allá de la muerte, en una vida mejor.
Sí hay algo mejor después de la muerte! Así que… a conservar el tenedor!