¿Te has encontrado alguna vez con ese tipo de personas que «hablan hasta por los codos»? ¿De dónde les viene tanto «bla bla bla»? Una cosa es hablar sobre cultura general y tener mucho que compartir con los demás, pero otra es hacer girar toda una conversación sobre sí mismo. Hablar de uno mismo, hacer mucho ruido. ¿A qué se debe eso? Leamos esta historia:
La carreta vacía
«Caminaba despacio con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y, después de un pequeño silencio, me preguntó:
—“Además del canto de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?”.
Agudicé el oído y le respondí:
—“Oigo el ruido de una carreta”.
—“Eso es —dijo mi padre—, una carreta, pero una carreta vacía”.
Pregunté a mi padre:
— “¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la hemos visto?”.
Entonces mi padre respondió:
—“Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace”.
Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación, siendo inoportuna o arrogante, presumiendo de lo que tiene o de lo que es, mostrándose prepotente o menospreciando a los demás, tengo la impresión de oír de nuevo la voz de mi padre diciendo: «Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace».
Moraleja
La humildad hace callar a nuestras virtudes y permite a los demás descubrirlas, y nadie está más vacío que quien está lleno de sí mismo.
Es bueno ser social, comunicativo, pero cuando se trata de «endiosarse» a uno mismo, algo anda mal en nuestro interior. Cuando quieres propagar a los cuatro vientos tus cualidades y padeces del mal del «yo-yo», algo no está bien con tu autoestima, tu valoración de ti mismo. Toda tu conversación gira en torno al «yo-yo»: «yo hago esto», «yo conozco esto», «yo tengo esto», «yo fui de vacaciones a tal lugar», «mi familia tiene y es esto y lo otro», «mi hija aquí y mi hijo allá»… un «yo-yo» que no tiene fin, en un afán por crearse fama y/o posición social al costo que sea.
Cuando una persona realmente sabe, conoce, tiene sabiduría, también tiene prudencia y sabe guardar silencio, porque cuando más se sabe y conoce, cuando más sabiduría se acumula, el sabio «sabe que no sabe nada» y prefiere mejor no alardear de la «nada» del conocimiento que acumula, porque ve cómo un mar inmenso de sabiduría o conocimiento se le escapa y le falta dominar. Cuando más se presume, es cuando menos sabiduría se atesora y solo se refleja el vacío interior que brota y busca ser llenado con palabras aún más vacías e inútiles.
El que sabe, suele hablar poco; el que habla mucho, no sabe nada. El que profundiza en las cosas, suele hablar con prudencia y con mesura. Los que hablan a la ligera y hacen juicios precipitados sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado. Son personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente en todo su entorno, como las carretas vacías. Y chirrían sobre todo porque les falta el aplomo de la verdad. Porque la verdad, sobre todo en las cosas más patentes e inmediatas, es lo que más enerva al soberbio, que ve a la verdad ahí, independiente de él, imponiendo todo el peso de sus exigencias intelectuales y morales. Porque la verdad fastidia su constante búsqueda de la satisfacción personal, y eso no lo soportan.
Cuando escuches a alguien hablar demasiado sobre sí mismo, «ya sabes» el mal que padece.