Los problemas son parte de nuestra vida
Los problemas son parte de nuestra vida. Son inevitables pues Dios los permite por alguna razón para nuestro provecho y crecimiento espiritual; es su voluntad que el trigo crezca junto a la cizaña (Cf. Mt 13, 24-30).
Para un cristiano, cada problema es una oportunidad de crecer. Será trabajo nuestro encontrar la forma de «eliminarlos» de nuestro camino y cada día irnos abriendo nuevos horizontes en el crecimiento de la virtud.
Leamos con atención esta historia para sacar nuestras propias conclusiones:
El florero de porcelana
El maestro de novicios de un monasterio reunió a sus alumnos para la lección del día.
-Voy a presentarles un problema – dijo el Maestro- a ver quién es el más habilidoso entre ustedes.
Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima, puso un florero de porcelana, seguramente carísimo, con una rosa roja que lo decoraba.
– Este es el problema – dice el Maestro -resuélvanlo.
Los novicios contemplaron perplejos el «problema», por lo que veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?
Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el «problema», hasta que uno de los novicios se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.
– ¡Al fin alguien que lo hizo! – Exclamó el Maestro- Empezaba a dudar de la formación que les estamos proporcionando este año!
Al volver a su lugar el alumno, el Maestro explicó:
– Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un «problema». No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae confort…
Moraleja
Efectivamente, a los problemas hay que atacarlos de frente, sin piedad, sin compasión, antes que ellos nos venzan. Un problema, es un problema, no tiene caso tratar de «acomodarlo» y darle vueltas, si al fin y al cabo ya no es otra cosa más que «un problema».
Para disfrutar de la belleza de la vida es necesario deshacerse de esos problemas que entorpecen nuestra felicidad… apartarlos del camino. Cuando queremos una vida sin dificultades pero no somos capaces de deshacernos de las cosas que nos complican la existencia, entonces sí que tendremos un «doble problema». Hay, por ejemplo, noviazgos que duran una eternidad sin compromiso serio porque nunca viven una relación placentera; no se entienden, hay conflictos, pero como se «acostumbraron» el uno al otro, se «soportan», más por el «miedo» a una ruptura, que por la felicidad que la relación aporta.
Una persona que ha caído en la adicción al licor o las drogas y quiere salir de esa situación, pero no es capaz de romper con el medio que le propicia el vicio, llámense amigos, compañeros o todas aquellas personas que facilitan el consumo, entonces le será difícil quitar del camino ese problema.
Quieres sanar una herida producida por un amorío desastroso del pasado, pero no eres capaz de «eliminar» de raíz los recuerdos y resentimientos, odio o rencor contra quien te haya hecho el daño, cargarás con ese problema, lo tendrás ahí en la sala de tu vida y te seguirá torturando, porque no eres capaz de «eliminarlo» de una vez por todas a través del perdón. Los cadáveres son para el cementerio, no para tenerlos entronizados en casa. El pasado es eso, el pasado, un cadáver, y hay que mandarlo al lugar que le corresponde…
Hay personas que viven ancladas al pasado y van por la vida con una carga demasiado pesada, cabizbajos, encorvados, porque en su maleta vienen acumuladas todas las experiencias y situaciones adversas que han sucedido durante su vida cercana o lejana… pero del pasado. Por ejemplo, sí es bueno recordar a nuestros familiares difuntos, pero cuando no se les deja ir al lugar que les corresponde, no aprovechamos la vida que sí debemos vivirla bien y a plenitud, porque, lloramos por no poder ver el sol y esas lágrimas nos impiden disfrutar de la belleza de las estrellas. Has perdido a un hijo y se te olvida que tienes uno, dos o tres más. En vez de disfrutar a los que todavía tienes, prefieres entronizar en tu casa al «problema» que te roba la paz, y así mantienes accesibles a tu vista objetos o recuerdos de tus parientes fallecidos que te torturan.
El primer paso será detectar el problema, el segundo, armarse de valor y eliminarlo, atacarlo sin piedad, porque él no tendrá piedad de nosotros para destrozar nuestra vida.
Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn. 10,10)