Monición de entrada
Queridos hermanos, tengan todos muy buenos días (tardes, noches). Les damos una cordial bienvenida a la casa de Dios para celebrar la santa misa en el tercer domingo de Cuaresma.
La Palabra de Dios es la que mejor nos va guiando en nuestro camino cuaresmal-pascual. Hoy, en un claro contenido bautismal, nos hablará de la sed y del agua.
Dejemos que Dios sacie nuestra sed y comencemos esta misa con el canto de entrada. De pie, por favor.
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Moniciones a las lecturas
Monición única para todas las lecturas
Las lecturas de hoy estén centradas en el simbolismo del agua. El Señor hace brotar agua de una roca, según la primera lectura. El evangelio de Juan se atreve a afirmar que el verdadero “don de Dios” es el agua viva del Espíritu que Jesús da a quien se la pide. Y Pablo habla del amor que Dios “derrama” sobre el corazón de los creyentes, iempre que, como nos advierte el salmo, no sea un corazón endurecido. No endurezcamos nuestros corazones y escuchemos atentos esta Palabra.
Moniciones para cada lectura
Monición a la primera lectura (Éxodo 17, 3-7)
En el repaso de la historia de la salvación que hacemos en las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma, hoy se nos presenta a Moisés. La página que leeremos del libro del Éxodo, nos narra un episodio de rebelión y protesta por parte del pueblo hacia Moisés: acontecimiento que ha quedado en la historia de Israel como «el día de Meribá y Massá en el desierto, y lo cantaremos en el salmo del día de hoy.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
—«¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».
Clamó Moisés al Señor y dijo:
—«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».
Respondió el Señor a Moisés:
—«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
—«¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial (Salmo 94)
Como a los israelitas, esclavos en Egipto, también Dios nos ha librado a nosotros y nos ha dado las aguas de la salvación; por eso también a nosotros el salmo 94 nos invita a escuchar la voz de Dios y convertirnos. Unámonos sal salmista diciendo todos:
Salmo responsorial: Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.
Segunda lectura (Romanos 5, 1-2. 5-8)
La lectura que escucharemos de la Carta de San Pablo a los Romanos, es uno de los textos mayores de la Teología paulina sobre la justificación, con sus elementos integrantes y consecuencias. Se trata aquí de la gracia en alusión al agua del bautismo. Escuchemos atentos.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8
Hermanos:
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.
Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Palabra de Dios.
Monición al Evangelio (Juan 4, 5-42)
A partir de este domingo vamos a leer una serie de encuentros con Jesús en los que Él se
revela como origen de la vida, hoy bajo el simbolismo del agua en el pasaje de la mujer
samaritana. Preparémonos para escuchar con atención cada uno de los detalles de este encuentro.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.
Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
—«Dame de beber».
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
—«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?».
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó:
—«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice:
—«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
Jesús le contestó:
—«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice:
—«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».
Él le dice:
—«Anda, llama a tu marido y vuelve».
La mujer le contesta:
—«No tengo marido».
Jesús le dice:
—«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».
La mujer le dice:
—«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dice:
—«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad».
La mujer le dice:
—«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
Jesús le dice:
—«Soy yo, el que habla contigo».
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
—«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?».
Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían:
—«Maestro, come».
Él les dijo:
«Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis».
Los discípulos comentaban entre ellos:
—«¿Le habrá traído alguien de comer?».
Jesús les dice:
—«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.
Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores».
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
—«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Palabra del Señor.
Oración de los fieles
Presidente: Queridos hermanos, presentemos ahora a Dios, fuente de agua viva, todas nuestras peticiones, diciendo juntos:
Señor, escúchanos y sacia nuestra sed.
- Por todos los que formamos parte de nuestra Santa Iglesia, para que se despierte en nosotros, como en la mujer samaritana, la sed de Dios y de profundizar en la fe. Oremos.
- Por el Papa, obispos y sacerdotes, para que el Espíritu Santo les siga nutriendo su fe, para guiar a la Iglesia aún en los momentos más conflictivos de su historia. Oremos.
- Por los que no conocen el don de Dios y buscan saciar su sed en otras fuentes, para que descubran el surtidor de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Oremos.
- Por los gobernantes de las naciones, especialmente los de nuestro país, para que sepan administrar con sabiduría los bienes del Estado y busquen satisfacer las necesidades básicas de nuestros pueblos. Oremos.
- Para que el hambre y la sed de quienes carecen de lo necesario para el sustento diario, sea suplido por quienes han recibido de Dios abundancia material y encuentren en Dios la felicidad que necesitan. Oremos.
- Por los que estamos reunidos hoy en torno al altar, para que, conociendo más y mejor el don de Dios en la persona de Cristo, aprendamos a ver la vida de un modo nuevo y nos encaminemos firmemente a la Pascua definitiva. Oremos.
Presidente: Señor, Dios nuestro, que por medio de tu Hijo diste a la samaritana el agua de la vida, atiende nuestro clamor y derrama sobre nosotros el agua de tu Espíritu. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Presentación de las ofrendas
El gozo de la salvación que Cristo nos ofrece, nos mueve a llevar al altar los dones de pan y vino. Con ellos también ofrecemos nuestra ofrenda económica.
Comunión
«El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed», ha dicho hoy Jesús a la Samaritana. Nosotros acerquémonos a comer de ese alimento sacia nuestra hambre y nuestra sed.
Final
Como la Samaritana fue a su pueblo a contarle sobre su encuentro con el Mesías, nosotros vayamos ahora presurosos a contar lo que aquí hemos vivido.
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Fuente: Aldazábal, José, Enséñame tus caminos 8 – Los Domingos Ciclo A, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2004; La Casa de la Biblia, Tú tienes palabras de vida – Lectura Creyente de los Evangelios Dominicales Ciclo A, Editorial Verbo Divino, 2010; Bartolomé, Juan J., El Corazón de la Palabra Ciclo A, Editorial CCS