Monición de Entrada
Buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. En el miércoles de la I semana del tiempo ordinario, les damos la más cordial de las bienvenidas a la casa de Dios para la celebración de la Santa Misa diaria.
La liturgia de hoy nos muestra el poder de Jesús a través de los milagros, y las misteriosas formas que Dios tiene para llamarnos a una misión. Como Samuel, dispongámonos a decir: «Habla, Señor, que tu siervo escucha», para saber cuál es la misión a la que Dios nos llama.
Con nuestros oídos abiertos a la escucha de la Palabra y a dejar que Dios transforme nuestra vida, iniciemos esta celebración con el canto de entrada.
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Moniciones a las lecturas
Monición a la primera lectura (Samuel 3, 1-10. 19-20)
En la primera lectura de hoy, nos encontramos con una de las escenas más deliciosamente narradas de la Biblia: la llamada de Dios al joven Samuel. Escuchemos atentos, porque el llamado es para nosotros ahora.
PRIMERA LECTURA
Lectura del primer libro de Samuel 3, 1-10. 19-20
En aquellos días, el pequeño Samuel servía en templo del Señor bajo la vigilancia de Elí.
Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones.
Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver.
Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió:
—«Aquí estoy».
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
—«Aquí estoy; vengo porque me has llamado».
Respondió Elí:
—«No te he llamado; vuelve a acostarte».
Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel.
Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:
—«Aquí estoy, vengo porque me has llamado».
Respondió Elí:
—«No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte».
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:
—«Aquí estoy; vengo porque me has llamado».
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel:
—«Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla Señor, que tu siervo te escucha».
Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes:
—«¡Samuel, Samuel!».
El respondió:
—«Habla, Señor, que tu sirvo te escucha».
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.
Palabra de Dios.
Monición al salmo responsorial (Salmo 39)
La vocación de Samuel es modelo de prontitud de respuesta. Es el mejor sacrificio de alabanza que se puede ofrecer al Señor: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.» Es una obediencia total y sincera al Dios de la alianza. Actitud confiada cuando sabemos de quién nos hemos fiado. Con el salmo 39, rindamos a Dios nuestra alabanza diciendo todos:
Salmo responsorial: Salmo 39, 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor:
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras
que se extravían con engaños. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
Como está escrito en mi libro:
«Para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R.
Monición al Evangelio (Marcos 1, 29-39)
El poder sanador de Jesús sigue causando mucha admiración entre sus oyentes, a tal grado que «todo el mundo lo busca». Escuchemos el relato de las curaciones que nos presenta San Marcos en el Evangelio de hoy, que representa como la programación de una jornada entera de Jesús.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
—«Todo el mundo te busca».
Él les respondió:
—«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor.
Oración de los fieles
Presidente: Como las multitudes reunidas en torno a Jesús, también nosotros nos ponemos ante Él para dirigirle con fuerza y humildad nuestras oraciones. Digamos juntos:
Sálvanos, Señor.
- Por todo el pueblo de Dios, para que cada miembro suyo, por el don del Bautismo, se sienta llamado siempre a anunciar el Evangelio y a cultivar su relación personal con el Padre en la oración, siguiendo el ejemplo del Hijo Jesús. Oremos.
- Por todos los sacerdotes, para que, como Elí al escuchar al joven Samuel, sean dóciles instrumentos de Dios en el acompañamiento de los jóvenes en el discernimiento de su vocación. Oremos.
- Por los hombres y mujeres jóvenes atraídos por una vida de especial consagración. Que no cedan a la tentación de apagar su deseo, sino que sean sostenidos y animados en su impulso hacia Dios por las comunidades cristianas a las que pertenecen. Oremos.
- Por los enfermos, para que, como la suegra de Pedro, tengan siempre a alguien que interceda por ellos con la oración y con la presencia diligente y fraterna. Oremos.
- Por todos nosotros, llamados también por Dios a una misión especial, para que siempre estemos dispuestos, como Samuel, a atender la voz de Dios y trabajar por el Reino de Dios, ahí donde Dios nos quiera. Oremos.
Presidente: Señor Jesús, que, al pasar, liberabas del demonio, curabas y enseñabas a orar, sigue pasando hoy en medio de nosotros dándonos tu salvación. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Presentación de las Ofrendas
«Habla, Señor, que tu siervo escucha» Con los dones de vino y pan, que llevamos al altar, ofrezcamos también al Señor nuestra escucha atenta a su voz.
Comunión
Jesús sigue ofreciéndonos su mano acogedora y por eso nos invita a participar de su banquete eucarístico. Agradecidos y con nuestra alabanza, acerquémonos a recibirle.
Final
Queridos hermanos, Dios se compadece de nuestras dolencias y viene en nuestro auxilio. Vayamos a nuestros hogares a ser compasivos también con todos los que nos rodean.
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Fuentes: Kuss, Otto, Carta a los Hebreos, Herder, Barcelona, 1977; Schmid, Josef, El Evangelio Según San Marcos, Herder, Barcelona, 1967; Monjas Agustinas de los Cuatro Santos Coronados, Oración de los Fieles Tiempo Ordinario Ciclo Ferial, Ed San Pablo, Bogotá, Colombia