Monición de entrada
Jesús, nuestro Maestro y Señor, ha sido detenido, torturado y condenado a muerte. Su amor sin reservas, su anuncio de un Dios que es Padre y que ama de un modo especial a los pecadores, su invitación a transformar el corazón y la vida, su lucha contra todo lo que oprime a las personas, lo han conducido hasta aquí. Los poderes civiles y religiosos de su tiempo no han soportado su forma de hablar y vivir. Sus amigos le han dejado solo.
Nosotros, hoy, hemos acompañado a Jesús en su camino hacia la cruz. No somos mejores que los que lo condenaron. Ni somos mejores que los que lo abandonaron. Como los apóstoles y los discípulos, somos débiles y pecadores. Pero como ellos también, y gracias a su testimonio, nosotros hemos creído que de aquella cruz nace la vida. La única verdadera vida. Por eso nos reunimos en silencio para contemplar y rezar con toda nuestra fe y con todo agradecimiento.
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1a Parte: Liturgia de la Palabra
Monición única para todas las lecturas
Desde los sufrimientos del Siervo de Yahvé, relatados por la primera lectura, hasta el relato de la Pasión de Cristo, narrada por San Juan, nos recuerdan que la historia de nuestra salvación ha pasado por la prueba más grande de amor que Dios Padre nos ha dado, al enviarnos a su Hijo. Con su muerte y resurrección Cristo nos ha salvado. Escuchemos atentos estos relatos.
Moniciones para cada lectura
Monición a la primera lectura (Isaías 52, 13—53, 12)
La primera lectura de hoy es una narración apasionada de los sufrimientos del siervo de Yahvé, pero también, de su exaltación. El testimonio de los Evangelios nos demuestra que esta profecía encuentra su cumplimiento en Jesucristo y en su pasión dolorosa. Escuchemos la palabra de Dios, con un corazón dispuesto y dócil a sus inspiraciones.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 52, 13—53, 12
Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?,
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomo el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Monición al salmo responsorial (Salmo 30)
El su abandono en la cruz, el Señor Jesucristo clamó a Dios con las palabras del salmo 30. Hoy hacemos nuestra esa plegaria, para dirigirnos al Señor. Respondamos:
Salmo responsorial: Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cachorro inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R.
Monición a la segunda lectura (Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9)
La fe de la Iglesia nos enseña que el Señor Jesús, es verdadero Dios y verdadero hombre, pues se ha identificado del todo con nosotros, llegando al extremo de ofrecer su vida en obediencia al Padre, para concedernos la auténtica liberación.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.
Monición al Evangelio (Juan 18, 1—19, 42)
Con el corazón atento a la Buena Nueva de la salvación, dispongámonos a escuchar la proclamación de la Pasión del Señor según San Juan. Pero antes aclamémosle.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 18, 1—19, 42
Prendieron a Jesús y lo ataron
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
—«¿A quién buscáis?».
C. Le contestaron:
S. —«A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
—«Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
—«¿A quién buscáis?».
C. Ellos dijeron:
S. —«A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
—«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
—«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. —«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S.— «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:
—«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. —«¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
—«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S.— «¿No eres tú también de sus discípulos?».
C. Él lo negó, diciendo:
S.— «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. —«¿No te he visto yo con él en el huerto?».
C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, a donde estaban ellos, y dijo:
S. —«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
C. Le contestaron:
S. —«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. —«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. —«No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
C. Pilato replicó:
S. —«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
—«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. —«Conque, ¿tú eres rey?».
C. Jesús le contestó:
—«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. —«Y, ¿Qué es la verdad?».
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. —«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. —«A ése no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. —«¡Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. —«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. —«Aquí lo tenéis».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. —«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. —«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. —«¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. —«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
—«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. —«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. —«Aquí tenéis a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. —«¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. —«¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S.—«No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. —«No escribas: «El rey de los judíos», sino: «Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos»».
C. Pilato les contestó:
S. —«Lo escrito, escrito está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:
S. —«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. – Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
—«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
—«Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
—«Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
—«Está cumplido».
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron».
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor
Oración universal
Monición:
Todos los domingos, en la Eucaristía, después de escuchar la Palabra de Dios, levantamos los ojos y oramos por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero. Hoy, después de haber escuchado la narración emocionante de la Pasión del Señor, nuestra oración quiere ser más intensa que nunca. Oremos hermanos con todo nuestro corazón para que nadie quede fuera de la vida que nace de la cruz de Jesucristo.
1. Por la Santa Iglesia
Oremos, hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en todo el mundo y nos conceda la vida serena, para alabar a Dios Padre todo poderoso. (Pausa)
2. Por el Papa
Oremos también por nuestro santo padre el Papa Francisco, para que Dios nuestro Señor, que lo llamó de entre los obispos, lo asista y proteja para bien de la Iglesia, como guía y pastor del pueblo santo de Dios. (Pausa)
3. Por el Pueblo de Dios y sus Ministros
Oremos también por nuestro Arzobispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos, por los que ejercen algún ministerio en la Iglesia, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios. (Pausa)
4. Por los Catecúmenos
Oremos también por los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les ilumine interiormente, y les comunique su amor; y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo Nuestro Señor. (Pausa)
5. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne reunirlos para siempre en un solo rebaño, bajo un solo pastor. (Pausa)
6. Por los Judíos
Oremos también por el pueblo Judío, al que Dios se dignó hablar por medio de los profetas, para que el Señor le conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en fidelidad a su alianza. (Pausa)
7. Por los que no creen en Cristo
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan encontrar el camino de la salvación. (Pausa)
8. Por los que no creen en Dios
Oremos también por los que no conocen a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud y puedan llegar así a conocer a Dios (Pausa)
9. Por los gobernantes
Oremos también por los jefes de Estado y todos los responsables de los asuntos públicos, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común, en un ambiente de paz y libertad. (Pausa)
10. Por los que se encuentran en alguna tribulación
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todas sus miserias, dé salud a los enfermos y pan a los que tienen hambre, libre a los encarcelados y haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un pronto retorno a los que se encuentran lejos del hogar y la vida eterna a los moribundos. (Pausa)
2a Parte: Adoración de la Cruz
Monición
La cruz de Jesucristo es hoy el centro de nuestra asamblea. Por eso ahora la recibimos solemnemente y manifestamos nuestra fe y agradecimiento a nuestro salvador. Es a Jesucristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, a quien adoraremos; por eso, con profunda devoción, dispongámonos a participar de la segunda parte de la liturgia de hoy.
3a Parte: Sagrada Comunión
Monición
Hemos adorado a Jesucristo crucificado, ahora vamos a iniciar la tercera parte de la liturgia de hoy, en la cual nos disponemos a compartir su Cuerpo y Sangre entregados por nosotros. Pero antes, vamos a dirigirnos en oración al Señor y también expresamos el signo de la paz. Preparemos nuestro corazón para ello.
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